Publicada originalmente en 1980 bajo la dictadura militar argentina, llega ahora a nuestras librerías (tras el sonoro desembarco de Ricardo Piglia en España con Plata quemada, Formas breves, Anagrama, 2000 y Prisión perpetua, Lengua de Trapo, 2000) la mítica Respiración artificial. Una novela que, desde el inicio (“¿Hay una historia?”), está suspendida en recrear cómo narrar un escenario epistolar entre varios remitentes: Marcelo Maggi, Emilio Renzi, autor de la novela que estamos leyendo, y Enrique Osorio, secretario de Juan Manuel de Rosas. Renzi, sempiterno narrador pigliano que aparece una y otra vez en sus obras, vive ocupado en descifrar las historias que circulaban en su familia, mientras que su tío Maggi, a su vez, dedica todos sus esfuerzos a reconstruir los papeles de Enrique Osorio. Ese triple intento, y las cartas cruzadas que uno a otro se envían, es lo que permite a Piglia diluir los contornos, siempre tenues, entre no sólo lo que es literatura e historia, sino también entre la literatura y el porvenir, “una extraña conexión entre los libros y la realidad”. Una realidad que se erige en la historia, a pedazos, de una traición (¿quién es el traidor, Piglia, el que traduce la historia, los personajes, o tú, lector, –mon semblable, -mon frère?): no existe la historia (esa traición legitimada) si no podemos encontrar cómo contarla (“¿De qué sirve, joven, contar, si no es para borrar de la memoria todo lo que no sea el origen y el fin?”).
Piglia vuelve a poner sobre la mesa, como lo hizo con Prisión perpetua, la más decisiva de sus preocupaciones: Respiración artificial es una apertura, “eso que los griegos llamaban con su lengua musical la ousía”, el recorrido intrigante que circula por la autobiografía, por el relato, por la novela policíaca, por el “ejercicio cotidiano de nostalgia, roman philosophique” y por la crítica literaria (no puede dejarse de leer una y otra vez las lucidísimas lecturas que Piglia hace de Borges como el más descollante escritor argentino del siglo XIX y de Roberto Arlt como el punto de arranque de la literatura argentina del siglo XX). Si queremos y podemos llamar a todo ello novela, digámoslo, aunque nos falte la convicción de que esa palabra sea la auténtica para describir la diferencia que habita entre cada uno de esos géneros.
Es por eso que la escritura de Piglia será el punto de partida cuando leamos cualquier historia de la literatura argentina y Latinoamérica en esta edad conflictiva. Su obra, y Respiración artificial es la prueba indiscutible, no clausura ningún espacio narrativo: todos las posibilidades están presentes aquí. Piglia, como el Kafka que aparece en la novela, es “el equilibrista que/ en el aire camina/ descalzo/ sobre un alambre/ de púas.” Y ese alambre es, otra vez, el lenguaje al que se enfrenta este soberbio escritor. Leamos a Piglia porque es saludable leer, en 218 páginas, la utopía.