Algún día sabremos porqué siempre habíamos tenido la sensación que la literatura de Ricardo Piglia nos aguardaba, desafiante pero única, en un estante de alguna librería. Algún día descubriremos los motivos que hacen de la lectura de los textos de Piglia la “fiesta del intelecto” que con tanto énfasis reclamaba para la literatura Paul Valéry.
Desembarca en España, querido lector, Ricardo Piglia de la mano de Anagrama y de Lengua de Trapo. Nacido en Adrogué, provincia de Buenos Aires, en 1940, es ya un autor de culto en su país, abalado por una escritura rigurosa, una fama de escritor para escritores, guiones cinematográficos y varios premios literarios. El autor de la legendaria y mítica Respiración artificial, que Anagrama publicará también próximamente, entrará a formar parte, ya lo verán, de la nómina de sus autores más queridos.
Plata quemada (Premio Planeta Argentina 1997) narra, en forma de crónica policial, los sucesos acaecidos en Buenos Aires y Montevideo en 1965. El banco de San Fernando fue asaltado por una banda que, más tarde, cercada por la policía, decide quemar el botín. Esta historia real se convierte en manos de Ricardo Piglia en un artefacto literario capaz de levantar un escenario dantesco de personajes paranoicos y marginales que cifran todo su destino en ser héroes de su propia tragedia (“Los héroes deciden enfrentar lo imposible y resistir, y eligen la muerte como destino”).
Formas breves es un libro espléndido. Si con Plata quemada hemos comprobado cómo el estilo de un autor puede configurarse con un lenguaje sin afectación, con los recursos necesarios para narrar el mundo de manera contundente, ahora leeremos cómo lee un narrador. Son ensayos críticos que acercan al lector el personalísimo mundo de Piglia: metaliteratura. Aquel autor, tan querido ahora ya por ustedes, recuerdan, nos enseña sus autores más queridos: Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Gombrowicz, Onetti o Borges. Es la “forma privada de la utopía” de la que habla Piglia: la lectura, que “es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos. Las escenas de los libros leídos vuelven como recuerdos privados”). De sus “Tesis sobre el cuento” volvemos a aprender la teoría del iceberg de Hemingway (“lo más importante nunca se cuenta”) y la maestría de Borges: “la historia secreta es la clave de la forma del cuento”.
Y siempre nos queda Prisión perpetua que nos aguarda para explicarnos, en forma ahora de relato breve, el fin de la experiencia (“¡No se aprende nada de la experiencia! Sólo se puede conocer lo que aún no se ha vivido”): la novela que es a la vez, y siempre como un juego de espejos, autobiografía, diario, relato policial o sentimental. Piglia descansa y nos descansa narrándonos el acto de narrar. Los cuatro relatos que componen el libro seducen al lector porque trabajan en y sobre el lenguaje. Piglia ha sabido mostrar que su literatura se sostiene otra vez en el modo de contar y en un cierto lenguaje cifrado, “el misterio de la forma”. Una lengua que “la escribe porque la está perdiendo y quiere fijar el sentido antes de caer en la melancolía”.
Algún día sabremos qué leíamos antes, cuando no leíamos a Ricardo Piglia. Empieza la fiesta: pasen y lean.