La extraña soledad de los gitanos, finalista del Premio Planeta de 1999, es la primera novela de la que tenemos noticia en la carrera literaria de Jorge Emilio Nedich, Avellaneda, Argentina, 1959, a pesar de que es autor también de dos obras más: Gitanos (1994) y Ursari (1997). La novela narra una historia principal, la de un matrimonio gitano –Stievo y Mitra- que recién casados, inician una nueva vida, con los temores de poder sostener una familia, no ya económicamente, sino, sobre todo, poderla sostener en la tradición. O mejor dicho, saber qué hacer de sus vidas y de la de los suyos: apegarse a unas tradiciones que parecen no tener su tiempo, o abandonarlas y construir toda la vida desde la innovación y las costumbres de los sedentarios. Lo que está en juego es, obviamente, la raza gitana. Al poco de morir, el padre de Stievo, Goguich, segunda gran historia de la novela, le confiesa que “mi miedo, Stievo, es morirme presintiendo la pérdida de mi raza”. Lo que se teme es la desaparición de unas tradiciones milenarias que paulatinamente van quedando olvidadas y que sólo unos pocos son capaces de preservar.
Una promesa inicia esta obra. Stievo, antes de abandonar su casa, la recibe de su padre: “Stievira, machito, las leyendas dicen que los gitanos no tenemos patria. Para salvar el honor de los nuestros, le mostrarás al mundo cuál es nuestra patria:¡fundarás la «Nación Gitana»” Una promesa que recorre toda la obra, pero que, no obstante, su cumplimiento o su no cumplimiento quedan diluidos. Al concluir la novela, los protagonistas que quedan (porque el reverso de La extraña soledad de los gitanos es una notable presencia de la muerte y en este apartado merece especial atención las apariciones de la mujer de Goguich) se suman al carro de los sedentarios. Uno sospecha que más por desidia, por el curso que toman los acontecimientos y porque es inevitable, más que por una decisión unánime y consciente. El filón abierto por Nedich al inicio de la novela no ha sido suficientemente aprovechado. Goguich lamenta perder la vida y hacerla perder a los suyos con vanas promesas (“Goguich se sentía avergonzado por no haber fundado su nación y por arruinarle la vida a su hijo con aquel pedido un poco estrafalario. ¿Con qué autoridad un gitano puede fundar una Nación y terminar con las leyendas?”). Con todo, hubiéramos deseado que en La extraña soledad de los gitanos el narrador explicara historias sí, que las hay y quizás excesivas, pero que se detuviera en los detalles. El vaivén de tanto acontecimiento no logra hacer desaparecer lo que es el tema de la novela, que en pocos momentos el narrador toma por los cuernos. Hacia el final un reproche queda en el aire: “¿qué hay de bueno en esta vida sin caravanas, vida detenida a la espera de la pestilencia, como el agua de los estanques, donde se confunden los valores y es inútil nuestra increpación?”. Tampoco al lector se le contesta.