Una literatura cada vez de mayor complejidad cruza nuestro universo literario sin que sepamos todavía cómo entenderla y sin poder reconocer cuáles son sus afinidades y sus diferencias en relación a lo que llamamos aquí, sin demasiada preocupación, “literatura latinoamericana”. En este ámbito, Oscar Hijuelos (Nueva York, 1951) es uno de los principales referentes. Graduado en el City College de Nueva York, empezó a trabajar como gerente de publicidad. Pero su pasión literaria le llevó a escribir sus primeros cuentos con los que ganó el premio Pushcart Press en 1978. Hasta el momento, su mayor logro literario es The Mambo Kings Play Songs of Love (1989), traducida al español como Los reyes del mambo tocan canciones de amor (Siruela, 1992), novela con la que ganó el premio Pulitzer de ficción en 1990. Su trayectoria es notable, aunque para el lector español resulte difícil situarla: Hijuelos está produciendo una literatura que circunscribimos a “lo latinoamericano”, pero lo hace exclusivamente en inglés, aunque su mundo ficcional está anclado en la realidad cubana. Evidentemente, la piedra de toque de una literatura como la suya está en cómo comprender ese bilingüismo y, sobre todo, ese nuevo mestizaje cultural.
La emperatriz de mis sueños nos habla del mundo del exilio cubano en Estados Unidos. La novela de Hijuelos relata la vida familiar y personal de Lydia España, la mayor de las veces mísera, triste, soñolienta y solitaria. Una mujer empeñada en dar a los suyos un mundo mejor y más próspero del que a ella le ha tocado vivir. No busque el lector una novela en la que la acción avance velozmente. En las más de trescientas páginas ningún hecho narrativo revoluciona la novela. Todo sucede paulatinamente y la historia de la novela, explicar la vida anodina de una mujer de la limpieza, tampoco hace sospechar que algo vaya a cambiar. La novela está planteada ya en las primeras páginas. Pero su mayor escollo reside en mostrarnos ese mundo imaginario (al que el lector, por cierto, acaba tomándole un cierto cariño) de un modo excesivamente realista. No estoy reclamando una perspectiva literaria derivada del tan trajinado “real maravilloso” de Alejo Carpentier. Estoy hablando de considerar la novela como un espacio narrativo óptimo para escribir y leer el mundo desde otra perspectiva. La pedagogía de la literatura debe empeñarse, precisamente, en no hacernos leer ese mundo de manera pedagógica. Cuando buena parte de la acción narrativa ya está situada para el lector, cuando todo parece obvio y excesivamente explícito o cuando la escritura no es capaz de atrapar al lector por ella misma, ese mismo lector agradece una historia, pero también reclama para sí la posibilidad de participar en ella.