Alfredo Bryce Echenique es ese genial creador de personajes infinitamente tristes, nostálgicos, algo infantiles e irresponsables que se configuran tantas veces y nunca suficientemente como queridos antihéroes. Su mundo literario es absolutamente circular y nunca deja de ser fiel a sí mismo: el amor, la autobiografía, la oligarquía peruana, la oralidad, las tres “p” (París, Perú y la picaresca); en una palabra, la vida, siempre teñida de un humor a lo Rabelais. Bryce Echenique parece un hombre tímido, pero su literatura es siempre exagerada, una escritura que derrocha, por digresión, la celebración de lo vivido.
Con El huerto de mi amada Bryce Echenique, como saben, ha ganado el Planeta 2002, pero ha ganado también el regreso a su querida Europa. La novela transita por una historia cuajada de todos esas artimañas literarias que le han permitido a Bryce Echenique edificar un universo literario cargado de complicidades con el lector. El huerto de mi amada narra la historia de amor entre Carlitos Alegre, joven y jovial estudiante del examen de ingreso a la facultad de Medicina y Natalia de Larrea, mujer divorciada y adinerada que le dobla la edad. Sus encuentros tendrán la connivencia y el silencio de los muros de la casa que Natalia tiene en Surco y el acoso de la oligarquía peruana que trata de evitar a toda costa tamaño escándalo. Es destacable el cuidadísimo esfuerzo por plasmar una oralidad conmovedora y una intimidad hablada para el lector o creando, a través del diálogo, el encuentro con el otro que siempre nos habita. Les aseguro que ese registro sigue estando al alcance de muy pocos. Pero esa escritura tragicómica que tan buenos resultados había dado en Un mundo para Julius o La vida exagerada de Martín Romaña no aparece aquí con tanta fuerza ni con tanta persuasión. La resolución final de la historia es perfectamente verosímil, pero se resuelve excesivamente rápida, y ello desmerece todo el trabajo previo que Bryce Echenique ha realizado.
En El huerto de mi amada podemos leer esas señas de identidad que el propio Bryce Echenique ha explicado en numerosas ocasiones: “Los peruanos son maravillosos narradores orales, son seres que reemplazan la realidad por una nueva realidad verbal. Esto para mí fue una obsesión y quise llevar a mi literatura esa oralidad, esa capacidad de arreglar la realidad, de burlarse de ella finalmente, de recuperarla…” El triunfo de la novela está en ese lenguaje universalizado gracias a la oralidad, pero también debería estarlo en la estructura misma de la novela y se echa de menos la sabiduría que Bryce Echenique había demostrado fundiendo lo particular y lo general, la interioridad y la exterioridad de los personajes. A fuerza de equivocarme también digo que, colocando al lector en la misma senda literaria que afianzó con esas obras mayores, esta novela no quiere formalizar un cambio y debería leerse entonces como una vuelta de tuerca. El huerto de mi amada nos devuelve al mismo Bryce Echenique, en una obra que mantiene el vuelo.