Presentar a estas alturas un libro en el que se recogen Los cuentos eróticos de mi abuela parece una aventura arriesgada cuanto menos e incluso, dirán algunos, algo trasnochada. Pero Robert Antoni, autor desconocido hasta ahora en España, con varias novelas a sus espaldas (Divina Trace con la que consiguió el prestigio Commonwealth Writers Prize y Blessed is the Fruti) está empeñado en mostrar que semejante actuación todavía es posible. El armazón sobre el que se sostiene este libro es el clásico: una venerable anciana dedica todo su tiempo a relatar unos cuentos –siempre una “historia picante”– a su avispado nieto Johnny. Situados en un ambiente caribeño, la isla de Corpus Christi se erige en el escenario de estos cuentos generosos con lo obsceno, lo cómico y lo fantasioso, teñidos de un toque delirante y de una notable comicidad.
El placer de contar estriba en revelar unas cuantas historias de títulos cervantinos (“De cómo mi abuela y el coronel Kentucky hicieron una fortuna vendiendo pizzas a los soldados americanos, antes de que el jefe de policía hiciera una redada en su local por prostitución y tráfico ilegal”) que a su vez, en un juego genial de digresiones y de digresiones de las digresiones que Antoni quizá aprendió del Tristram Shandy de Sterne, contienen otros cuentos en su interior. Pero también parece interesarle al autor vincular al mundo del erotismo esa acción de contar. En un universo narrativo plagado de figuras masculinas, aquellas que proporcionan el doble placer (contar y mostrar) son las femeninas.
Es destacable la utilización de una lengua limpia y franca (mantenida perfectamente en la traducción) que en ningún momento se cohíbe ante la expresión directa. Antoni apuesta por una narración sensual, imaginativa y, en ocasiones, divertidamente absurda. Pasión, obscenidad y comedia son los elemento esenciales de estas narraciones picarescas que harán las delicias de numerosos lectores.