Xavier Velasco (San Ángel, Ciudad de México, 1958) tiene en su rostro el gesto amenazante de niño travieso que ha roto muchos platos. Abandonó las carreras de Ciencias Políticas y Literatura para abrazar formas de vida que apenas parecen tener relación con lo literario. Pero los caminos de la Literatura son siempre equívocos. Desde ese momento se dedica fundamentalmente a callejear contando o, lo que es lo mismo, a ser un cronista nocturno de los lugares más marginales de este enmarañado mundo. Esas crónicas las ha reunido en Luna llena en las rocas. Crónicas de antronautas y licántropos (Cal y Arena, México, 2000) Despliega aquí Velasco una pluma febril contando lo que sucede en prostíbulos, bares, clubes y antros –de ahí el título- poco recomendables.
Velasco se alza con el VI Premio Alfaguara de Novela con Diablo Guardián, una ingente novela que alterna la historia de Violetta, narrada en primera persona, y la historia de ese “ángel guardián” que, en tercera persona, recoge en la escritura la historia de esta muchachita de quince años que emprende una nueva vida con los cien mil dólares que roba a sus padres. Velasco sigue a Violetta por todos los lugares de Nueva York donde la muchacha va a parar. Sus experiencias están repletas de novedades, pero todas ellas tienen un denominador común: la mala vida. Dinero malgastado, droga, prostitución, robos. No parece haber límites en este personaje que regresará a México para certificar una muerte ficticia y refrendar así lo que desde un inicio siempre había anhelado: la libertad.
La pieza de toque de esta novela está en el “hábil tratamiento del lenguaje oral al servicio de una narración que cautiva al lector por su dinamismo, gracia y tono picaresco”, según reza el acta del jurado. Reconozcamos que es meritorio el uso de un lenguaje capaz de sostener tanto el discurso de Violetta como de el de los personajes que pueblan los bajos fondos. Pero adolece de agilidad, imprescindible en una novela tan larga. En este lector atento Diablo Guardián no ha podido arrancar ni una sola sonrisa y ojalá Velasco hubiera construido una narración picaresca, preñada de sólidas críticas sociales y reflexiones polémicas. En este apartado el meritorio Velasco contador sucumbe al tedioso tono reflexivo que una y otra vez el narrador adopta: lo percibimos excesivamente impostado. No hay un registro paródico que hilvane poderosamente la trama. El libro es monolítico: una y otra vez las mismas historias. ¿Para qué? Se nos escapa. Ese gesto rupturista –porque en nada se parece esta novela a la vanguardia- que Velasco ha pertrechado le ha jugado una mala pasada.