En la literatura de Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) lo principal se dice al margen, como en una nota a pie de página. Sus ideas más brillantes fluyen en las continuas digresiones. Sus textos muestran el centro en sus arrabales. Pero nunca como en este libro habíamos vislumbrado con tanta claridad que la poética de Piglia reside en un juego de muñecas rusas. Sabemos que a Piglia le seduce construir sus textos vinculándolos al género policial, a la búsqueda secreta de una trama que no aparece sino entre líneas. Sabemos que cualquier texto de este escritor argentino está atravesado por una fuerte carga teórica sobre la naturaleza del propio relato, haciendo que la narración se desdoble y se contemple a sí misma a ojos del lector, que también es culpable.
Sabemos que La ciudad ausente es la tercera novela que se publica en España. Es un logro narrativo, una escritura audaz. Pero ante todo es una puerta abierta hacia la utopía literaria, una práctica que excede los espacios de la política y de la geografía. He aquí uno de los caminos hacia el relato futuro. En un diálogo con Juan José Saer Piglia afirmaba que “uno podría pensar en el relato futuro también como un relato que se construye en otro tipo de lengua. Uno podría imaginar una lengua que cambia, como la verdadera lengua de la literatura.” Un relato que se abre y se cierra sin previo aviso, La ciudad ausente es también un evidente homenaje a uno de los escritores más queridos por Piglia, Macedonio Fernández, que aparece como el inventor de una máquina contadora de historias que van proliferando sin cesar: las muñecas rusas. No hay historia ni centro que acoja un argumento. Una trama, por leve que sea, puede desencadenar otra. Toda la novela parece exprimirse en una frase memorable que se dice al inicio: “Contar con palabras perdidas la historia de todos, narrar en una lengua extranjera.” Velado homenaje al Finnegans Wake de Joyce, La ciudad ausente levanta un mapa lingüístico que excede lo latinoamericano. Novela cuajada con infinidad de argumentos, estamos ante la obra más ambiciosa de Piglia y, tal vez, la más perspicaz.