El uruguayo Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920) es uno de esos escritores que son polígrafos: ha escritos poesía, narrativa, teatro, crítica literaria, traducciones… Ha producido, en definitiva, una obra ingente y dispersa. Ello es significativo por un motivo: Benedetti no cree en la separación de los géneros. El lirismo atraviesa sus novelas y sus cuentos; una manifiesta narratividad cruza su poesía. En lo que a los cuentos se refiere el autor de Gracias por el fuego parece empeñado en mostrar el lado oculto y privado de la realidad. Siempre con la pretensión confesada de registrar como un taquígrafo los pequeños matices de la realidad: “Siempre escribo a partir de algo que acontece. Acaso la verdadera explicación tenga que ver con mi capacidad para imaginar en el vacío… Sé reconocer el cuento en algo que veo o que experimento.”
El porvenir de mi pasado es un libro de relatos que también está anclado en la realidad cotidiana. Así, en el cuento “Realidades que se acaban”, el narrador afirma: “La primera señal de que una realidad se acaba es el estallido del silencio, la detonación de la soledad. La última señal, en cambio, es el fogonazo de la muerte… Y no es posible inventar otra, porque en el vacío, por augusto que sea o nos hayan prometido que va a ser, no existe la invención” Agrupados en cuatro partes todos los cuentos de este libro ofuscan el tema para incidir tajantemente en una pequeña porción de la realidad alrededor de ese argumento: es lo que Benedetti ha llamado “una situación”.
Es este un libro excelente porque nos muestra cómo es posible edificar, con ternura e ironía, historias cotidianas que nos invaden hasta alcanzarnos y ganarnos en un acontecimiento colectivo. Pocos cuentos resultan tan estremecedores como el último, “Túnel en duermevela”: sólo este cuento ya es un libro. Un libro plagado de resonancias casi fantasmales, pero que han nacido de las prosaica realidad. Lo cotidiano, el viejo túnel que parece que va a ser restaurado, acumula en su seno “un caballo blanco y sin jinete, o, en algún empujón de viento, una sábana pálida y sin arrugas que planeaba un rato como un techo móvil y se desmoronaba luego sobre los pastizales.” Esto es embrujo literario.