Que Alan Pauls (Buenos Aires, 1959), un desconocido ilustre que de la mano de autores como Piglia, Vila-Matas o el malogrado Bolaño parecía en España un ente de ficción, haya ganado con una novela de quinientas cincuenta y una páginas el Premio Herralde es destacable. Y lo es porque su lectura ni proporciona al lector un momento de respiro ni le da ninguna concesión, y eso no es común. Si quiere ese lector terminar la lectura habrá de luchar cuerpo a cuerpo con el narrador y muy especialmente con su escritura que Bolaño califica de “feroz entropía.”
El tema de El pasado es el mismo que lleva obsesionando al ser humano toda una eternidad: el amor, un amor obsesivo, circular, enloquecido, en el que se dibuja “la idea de que el amor, el amor verdadero, es amor que estaba más allá de todo estilo, no tenía nada que ver con la efusión, ni con la sensibilidad, ni con el carácter envolvente de los sentimientos, y todo, en cambio, con la precisión, la economía y una facultad antigua, injustamente desprestigiada, llamada puntería. El amor no abraza, pensaba Rímini: hiere. No inunda, se clava.” Rímini “era el paso del tiempo –la vida desnuda” y Sofía, la mujer abandonada. Ambos protagonizan una ruptura de pareja tras doce años de vida en común. Uno buscará en vano olvidar su pasado y edificar nuevos proyectos sentimentales; la otra, jamás olvida y siempre espera recuperar ese amor perdido. A pesar de querer negar su vida con Sofía, Rímini percibe que ésta “estaba hecha del mismo material… del que estaban hechos, uno por uno, todos los espectros del pasado… Un material plano, sin dimensiones, pero incesante, y sobre todo indestructible: el material del que están hechos los muertos.” Y a esos no se los olvida. De una contundencia estilística asfixiante y desde una posición narrativa que recuerda a Thomas Bernhard (“Yo sigo metiendo frases adentro de frases.”) Pauls no ha escrito un fresco narrativo sobre el amor, sino que amplía nuestra educación sentimental porque esculpe golpe a golpe las ranuras de la pasión y las dolorosas fracturas que provocan las emociones. A Pauls le debe haber sido de ayuda su trabajo como profesor de teoría literaria, pero sobre todo su labor como guionista y crítico de cine. El pasado despliega ante el lector atónito una encomiable sucesión de imágenes, también unas dentro de otras, que provocan en el lector un tormentoso efecto envolvente. Si sobrevive, si persiste por alcanzar el final de la frase, si es capaz de ir más allá del lenguaje, entonces la recompensa será grata. Pauls parece haber escrito este libro sobre el epitafio literario de Lezama Lima: “Sólo lo difícil es estimulante.”
El viraje de Rímini hacia Sofía escenifica finalmente el renacimiento del recuerdo: “Rímini no sólo había vuelto: también había vuelto a recordar, y esa resurrección de la memoria, en alguien como él, convencido, durante tantos años, de que todas sus posibilidades de sobrevivir dependían de la capacidad de olvidar, y de que no habría para él destino sentimental alguno si no se desembarazaba antes del lastre del pasado, era para ella un logro inapreciable…” Que empiece la fiebre Pauls.