¿Qué le sucede a Mario Mendoza (Bogotá, 1964) con el tema del Mal que ya se le atragantó en el Premio Biblioteca Breve de 2002 (de cuya novela no quiero acordarme) que, dos años después, vuelve sobre él? Ah, pero no es cierto: porque según reza la contraportada esta novela Mendoza la publicó en 2001 con el título de Relato de un asesino. Luego, a novela por año. Nunca las prisas fueron buenas consejeras. ¿Será que mi lente crítica anda torcida al no percatarme de cuánta suculenta novedad transita por esta cuestión superlativa? Es posible, pero no se vayan porque hay más. No existe en esta novela la más elemental audacia narrativa (esa que aparece en los manuales de los talleres de escritura). El narrador no es que no sea creíble, sino que provoca risa. Tampoco es de fiar una escritura que aparenta solidez con pomposos adjetivos y párrafos que suenan a moralina y que provocan en el lector la más absoluta perplejidad. Tristes tópicos y lugares comunes que aburren. Les presento algunas perlas: “No somos un yo, sino una suma de individuos que se dan cita en nuestro cuerpo…” “No hay nada más saludable para el arte que reflexionar sobre la muerte” “Para acercarte debes primero alejarte.” Todo en esta novela suena a escritura adolescente y es asombroso y delirante que sus editores vean en ella “una exploración alucinante del alma de un hombre por uno de los escritores más relevantes de la nueva narrativa latinoamericana.”
Mendoza parece haber digerido pésimamente la literatura que su narrador dice haber leído con tanto ahínco, convirtiendo este viaje a ninguna parte en una escritura apocalíptica de un personaje que relata porqué ha llegado a la cárcel y haciéndonos saber que “…las palabras son puentes energéticos, enlaces, hilos invisibles que comunican las múltiples zonas de la realidad… supe que el arte se gestaba en el cuerpo, que nacía de nuestros nervios y nuestros músculos, y busqué a toda costa que detrás de mi escritura el lector sintiera el incontrolable temblor de mi mano… Mi escritura: moléculas y dendritas que buscan una palabra, microsismos corporales que se hacen literatura.” Yo tampoco me lo podía creer. No puedo comprender los motivos por los que no se renuncia a la escritura, dejando pasar el tiempo para volver sobre lo escrito, y así percatarse de que este texto se sustenta sobre nada. Hoy día es inimaginable que un narrador escriba esto: “No debes pertenecer a los escritores que escriben para mostrarse, para hacer alarde de su egocentrismo, para alcanzar posiciones de prestigio y de gran reputación… Escribe poseído por fuerzas innombrables, en trance, como un médium que ha sido invadido por espíritus, o de lo contrario ten la honradez de guardar silencio.” El final del libro ni se lo cuento porque resulta desagradable.