Toda la obra de Jorge Luis Borges (Buenos Aires, 1899-Ginebra, 1986) es la inquietante invención poética de un mundo donde la memoria, el libro y la biblioteca son el argumento ineludible y la fuente donde convergen y se conjugan el rostro laberíntico de un escritor que sólo se reconoció a sí mismo como lector. La escritura es el reverso sin importancia de la lectura, único desafío ineludible. El magisterio de Borges consistió en aunar el acto leer y el de escribir en prodigiosa correspondencia. Ahora dos libros vienen a confirmar algo que por sabido no deja de ser primordial: Borges inventó una literatura y se inventó a sí mismo, convirtiéndose para siempre en su mejor y más imperecedero personaje.
En El factor Borges Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) -que obtuvo el Premio Herralde de novela 2003- que ya lo había publicado en la editorial F.C.E. en el 2000 en compañía de Nicolás Helft (es una lástima que Anagrama no haya incluido el archivo de imágenes prodigiosas que formaban parte de ese texto original), el autor de El pasado desentraña el genio diabólico del autor de “El aleph”, los factores que permiten leer a Borges como a un clásico, como a un posmoderno, como a un cuentista que escribe sobre gauchos, como a un divulgador que manipula y copia a conciencia textos ajenos. Hay obras críticas emblemáticas que ya no pueden separarse jamás del autor del cual hablan: esta es una de ellas. La ingente bibliografía sobre Borges ya tiene su texto ineludible: Kafka tuvo a Maurice Blanchot, Joyce a Stuart Gilbert, Borges tiene a Pauls. Contraponiendo numerosos pasajes de ese otro texto inexcusable que fue Autobiografía (El Ateneo, 1999), su lectura logra adentrarse en los intersticios donde Borges parece no estar, pero es allí precisamente donde aparece su figura. No sé qué ensayo deberían leer primero, pero sé que este libro, como Borges pedía a las grandes obras, reclama una relectura. No conozco mejor halago.
Alberto Manguel (Buenos Aires, 1948), autor de Una historia de la lectura (Alianza Editorial, 2001) presenta Con Borges, un texto más personal que recuerda los encuentros que tuvo con Borges, cuando la ceguera le obligaba a tomar a distintos lazarillos para que le leyeran: los ojos de Manguel fueron utilizados para recorrer el secreto párrafo de Kipling, de Stevenson o de Henry James con la única intención de confirmar lo que Borges ya sabía. Después de comentar el talento de Heine y la interminable complejidad de Góngora, Borges observa que “todo escritor deja dos obras: lo escrito y la imagen de sí mismo, y que hasta la hora final ambas creaciones se acechan una a otra.” Pocas veces un escritor ha sido tan consciente del destino literario que le ha tocado vivir. La obra de Borges urdió laberínticos cuentos que han diseñado con detalle el mapa de nuestra memoria: estos dos libros recogen el recuerdo de dos autores que han sabido leer de una forma original a esa vasta literatura que se llama Borges.