En todos los linajes existe un personaje de novela: el tío alocado, la bala perdida que deshonra y mancilla el buen nombre de la familia. Es el protagonista de historias imposibles, de viajes extravagantes, de amores destructivos, la viva imagen del jugador que pone sobre el tablero todo lo que tiene y todo lo que es: el fantasma de carne y hueso que anda en busca de las quimeras en las que nadie cree ya. Será el hazmerreír de la familia, el oscuro pariente innombrable, la fuerza irremediable de un destino y el inevitable designio adverso que se debe cumplir. Jorge Edwards (Santiago, Chile, 1931) cuando escribe su memoria personal escribe también las historias de un mundo a punto de estallar. Ha sido el narrador comprometido en caminar sobre el trapecio de la historia personal (Persona non grata y Adiós, poeta…) o colectiva (El sueño de la Historia), el novelista de sustrato autobiográfico, esencialmente testimonial. Su universo literario retoma siempre la distancia imposible entre verdad y mentira que el narrador de esta novela explicita así: “Parece que la ficción establece un diseño más claro que el de la realidad, menos caótico. La ficción reduce la proliferación confusa de los hechos. En algún sentido, simplifica, introduce en el caos de los acontecimientos algo que se podría llamar coherencia. Impone una línea narrativa, aunque sea farragosa y llena de digresiones, ahí donde antes no había ninguna línea discernible: sólo un magma, un ente más o menos gaseoso.” Pero también entre crónica y memoria personal: en ese hueco improbable ancla el paso firme de su pluma oceánica.
Con El inútil de la familia Edwards parece saldar las cuentas pendientes con su historia familiar y con buena parte de la burguesía chilena que señala con el dedo al personaje capaz de destruirse y de arruinar lo colectivo. Pero sobre todo consigue escribir un testimonio literario de primer orden: el de Joaquín Edwards Bello, premio Nacional de Literatura en 1943. La novela es un viaje sin retorno al centro de la verdad: su pasión por el juego, que no por ganar, hizo de su vida un infierno íntimo en el que “sentías el vértigo, la voluptuosidad del repliegue, del hundimiento.” Notará el lector que esta novela se asienta en un portentoso mecanismo narrativo de estirpe cervantina: la constante fluctuación entre un tú que cuenta la historia de un yo que se cuenta a sí mismo. En un juego de espejos genial e ingenioso, Edwards relata la historia de un familiar que no es sino la suya, que es la de toda una sociedad: la nuestra. Joaquín Edwards Bello se destruye por lo mismo por lo que se salva: “Te salvabas y te destruías por el amor, así como te salvabas y destruías por la literatura. En otras palabras, aquello que te había desviado del orden productivo, aquello que te había convertido en el inútil de la familia, era el principio mismo de tu salvación y de tu destrucción…”
Jorge Edwards en paz con sus fantasmas familiares ha inventado su estirpe y nos regala para este nuevo año una novela personalísima.