Con El rastro (finalista Premio Herralde 2002 y Premio Sor Juana Inés de la Cruz) supimos que Margo Glantz es una escritora repetitiva, que cuenta y recuenta lentamente el trazo silencioso de una nota musical: las variaciones de una voz obsesiva que bascula alrededor de una palabra (allí era el amor) edificando de este modo toda la firmeza de su ficción. El amor y su rastro: la muerte. Supimos también que su posición de escritora es inseparable de su tarea de profesora de literatura, como Piglia o Saer: Glantz no puede ni quiere evitar mostrarse como una escritora que despliega lecturas críticas inesperadas, que pone todas las cartas sobre la mesa, incluso aquellas que cuentan cómo se construye una ficción.
Ahora se presenta con esta Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador para registrar que la epifanía de los fragmentos (“… quiero creer que los fragmentos textuales se unifican en este relato circular… Recubren a la escritura de una consistencia porosa que arrastra zonas vacías, fragmentos temporales, dibuja hiatos…”) puede y debe ofrecer una conexión secreta entre las diversas historias, afianzada en el boscaje de la tradición literaria. Su literatura examina y se doblega ante los sentimientos y los afectos y este libro no es una excepción: la voz modulada por la polifacética Nora García, protagonista también de El rastro, entona palpitante varias tramas en torno a una palabra (ahora es el cuerpo), reescribiendo la topografía del erotismo. La seductora voz de la narradora se deja leer como la recuperación estética de las partes de ese cuerpo: pies, manos, senos, boca.
En un ritmo constante de idas y venidas el lector de los relatos circulares de Glantz se rinde a la sencillez de su escritura que no es de este mundo.