Proust dejo dicho que la literatura traza en la lengua una especie de lengua extranjera, una tensión en el interior del lenguaje que se impone con la fuerza indomable del delirio. Se trata de atacar la lengua, obligarla a bascular hacia el límite de sí misma, como si de un sueño se tratara. Esa parece ser la condición principal de la obra de Nélida Piñon, galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2005. Albricias para sus lectores y para la república de las letras porque este galardón encarna el reconocimiento a una voz cálida que presta sin descanso su cuerpo de mujer a la literatura. Entre sus obras –traducidas a varias lenguas- destacan los cuentos El tiempo de las frutas (1966) y la Sala de armas (1973) y las novelas Fundador, Premio Walmap en 1969, Tebas de mi corazón (1974), La fuerza del destino (1977), La dulce canción de Cayetana, Premio José Geraldo Vieira a la mejor novela de 1987 o El calor de las cosas (1980). Pero es la emblemática La república de los sueños (1984), que obtuvo el Premio de la Asociación de Críticos de Arte de São Paulo y el Pen Club, su obra mayor, inexcusable, lectura obligada para quien quiera reconocerse en el vórtice de su propio destino.
Continuadora de la experiencia literaria de Clarice Lispector y empeñada en narrar el silencio que habita en todos los pueblos, su literatura traza una renovación total de la prosa, gracias a estructuras sintácticas deshechas y a ciertos tonos psicológicos-existencialistas que construyen un universo de ficción ceremonial, mitológico, arcaico, cotidiano, lento y familiar. Su literatura plasma el dominio que Piñon tiene de diversos registros narrativos y representa un diálogo permanente, inteligente y vivificante entre las más diversas tradiciones del continente iberoamericano.
No hay por menos que felicitarse y retornar a la lectura de sus textos como quien regresa de un lugar apacible, conmovedor y balsámico.