Jaime Bayly (Lima, 1965) ha conseguido ser finalista del Planeta con una novela inconsistente, trivial y torpe. Tres en uno.
Uno. Y de repente, un ángel es una narración inconsistente porque cuando el lector termina la lectura tiene la convicción de que el narrador se ha hecho venir bien el argumento para comunicarle dos o tres cosas que Bayly ya había escrito cuanto menos desde El huracán lleva tu nombre: teñir la narración con tintes autobiográficos, (¿tiene Bayly otro registro?¿es capaz de construir una novela sin ponerse en medio?), querer mostrarse como un espíritu maldito y jugar a dos bandas siendo niño bien en forma de personaje escritor (Julián Beltrán) protegido inesperadamente por un personaje angélico y “cholo”, la mucama Mercedes, que le limpiará el piso y le ordenará la vida.
Dos. Es una novela trivial porque parece plantear sesudos temas que nunca se justifican y que el lector percibe que son intercalados en medio de la narración sin orden ni concierto. Argumentalmente no es suficiente incorporar a la tesis inicial (la aparición de Mercedes en la vida de ese escritor sin éxito) la cercana muerte del padre de Julián Beltrán y la reconciliación entre uno y otro, tras años de mutuo silencio. No hay un ápice de hondura psicológica en los personajes. De su padre Julián Beltrán afirma cosas muy graves que después quedan diluidas porque deben reconciliarse. ¿Dónde queda lo afirmado hace varios párrafos? Si se quiere rectificar lo dicho por un personaje ¿no sería más verosímil mostrarlo desde la contradicción o el tormento interior que no desde la necesidad de un happy end?
Tres. Es una novela torpe porque a Bayly se le ve el plumero, pero ese no es el problema. La cuestión es que la estructura, como el narrador, de poca ambición, no logra seducir, aunque sí seducirse a sí mismo. Autocomplacencia que no convence. No conseguiré explicar cuál es el armazón novelesco porque más allá de la pretensión de atrapar la jerga de la calle en la sintaxis narrativa, no sé que más méritos describir. No los hay.