Sabíamos que Nélida Piñon (Río de Janeiro, 1937) es una escritora que viaja hasta el tuétano del idioma luso para dejar constancia que todo puede ser dicho otra vez, gracias al poder fascinante de un lirismo intensísimo y de una prodigiosa imaginación. Sabíamos que la lectura de su narrativa coloca al lector en un terreno paradisíaco en el que la memoria de sus ancestros (gallegos, griegos, íberos, árabes, iberoamericanos, la humanidad toda) es “la imagen de una mujer convertida en cisne, tortuga, anémona”. En Piñon se cumplen aquellas palabras que Roland Barthes escribió en el célebre número 8 de la revista Communications: “Innumerables son los relatos existentes… el relato comienza con la historia de la humanidad.”
Pero hemos tenido que esperar hasta estas Voces del desierto para comprobar que su tarea estaba –está- anclada en una confianza universal en la ficción que la escritora brasileña precisa así: “fabular el mundo” o bien “sé que el mundo es narrable”. La apuesta formal y temática de esta novela de Piñon no es baladí: contar el arte de contar. Contar la conocida historia de la hija del Visir, Scherezade, que se ofrece en “holocausto” al Califa mil y una noches para detener sólo con el poder de las palabras el poder del Califa y las innumerables muertes que éste provoca en la población femenina de Bagdad. Si la gran literatura es siempre un milagro en estas Voces del desierto lo tocamos con la punta de los dedos, lo saboreamos con el paladar, y lo escuchamos admirados por la primorosa facultad de Scherezade, narradora colectiva empeñada en usar “palabras que creen vendavales, remolinos. Prácticamente se incendia, para quemar con su fuego el corazón del Califa. Que nada quede incólume al furioso paso de su historia.” Piñon a buen seguro ha buceado por los entresijos del mundo árabe para impregnarse de su cultura y convertir así a su protagonista en un “alma labrada en la piedad de la imaginación árabe.” Lo maravilloso de este texto no es, como supondrán, el qué de la historia, conocida por todos, sino el virtuosismo para narrarlo muy de cerca y como si nadie nunca lo hubiera explicado. Si tienen la sensación de que les falta el aliento cuando la flamante Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2005 esté con ustedes contándoles la suntuosa historia de Scherezade mientras leen este libro no les extrañe.
Pero hay más. En forma de otro libro, ahora de cuentos recopilados en un solo volumen ineludible y asombroso. Piñon es también aquella escritora que en El calor de las cosas y otros cuentos acomete la difícil tarea de explicarnos la lentitud de las cosas con un lenguaje siempre tensado al máximo. Como muestra sólo dos cuentos que no puedo ni quiero olvidar: Finisterre, que condensa en cuatro páginas toda La república de los sueños y donde se afirma que “el lenguaje… empezaba a organizarse en mí como una larga civilización” y otro prodigio que recibe el nombre de Luz. No se los pierdan.