El bebé Carlos Monsiváis Aceves empezó a caminar en una familia cuáquera y profundamente religiosa en un país aún no urbanizado. Nació el 4 de mayo de 1938 en México DF y desde muy temprano su madre le inculcó el hábito -que le duraría toda la vida- de leer diariamente la Biblia en la traducción de Casiodoro de Reina y su discípulo Cipriano de Valera, según él uno de los momentos más trascendentales de la lengua castellana. Devora a los clásicos, a Dickens, Jane Austen, Rómulo Gállegos o Euclides da Cunha, pero también a Batman, Robin o Agatha Christie. Cinéfilo empedernido (una de las salas del cine El Plaza lleva su nombre) y entusiasta de los gatos, estudia Economía y Literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero muchos años después había de recordar que él quería ser bombero y que se definía “precoz, protestante y presuntuoso.” El hecho de que dejara de pensar en apagar fuegos y se dedicara a escribir le ha hecho merecedor del 16º Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo que recibirá durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara que empieza este mismo sábado en su país.
Incorregible flâneur de la ciudad más grande y de crecimiento más rápido del planeta, su intelecto mira a las masas y se convierte en “un hombre llamado ciudad”, según el crítico literario Adolfo Castañón. Los fenómenos artísticos, sociales y políticos de la historia reciente de México son sus tres preocupaciones, derramándose en incontables (les aseguro) publicaciones periodísticas y académicas. Ejemplo de ello es su columna Por mi madre, bohemios que aparece todos los lunes en el periódico La Jornada, del que es fundador. Comprometido con “la eternidad del minuto”, este cleptómano de la cultura, se autodenomina en muchas de sus crónicas ‘el Observador’, ‘el Bufón’ o ‘el Reportero en Funciones’ y fustiga con su pluma al establishment mexicano. Su pluma ha registrado la revolución mexicana, la masacre estudiantil de Tlatelolco, las sucesivas transformaciones del partido oficial, el PRI, y el giro radical que supuso la aparición en la escena política del Subcomandante Marcos. Pero Monsiváis tiene además la debilidad de coleccionar miles de objetos fetiches. Posee, entre otros, tres docenas de luchadores de plástico y muñecos como E.T., el Gordo y el Flaco, varios personajes del Mago de Oz, Garfield o Batman y un cudrilátero semidestartalado en el que se enfrentan cuatro combativos púgiles.
Sergio Pitol lo llama “Mr. Memory”, jura que con los años la biblioteca de Monsiváis sobrepasará los treinta mil volúmenes. El ganador del Premio Cervantes lo describe como un “polígrafo en perpetua expansión, un sindicato de escritores, una legión de heterónimos que por excentricidad escriben con el mismo nombre”. En escritor Juan Villoro, para quien Monsiváis más que un cronista es una agencia de noticias, afirma que “hay quienes aseguran que, como Alejandro Dumas, subcontrata escritores y posee un sótano lleno de guatemaltecos que tratan de igualar su ingenio.” Ha publicado libros que cartografían todo un país como Días de guardar (1970), Amor perdido (1979), Escenas de pudor y liviandad (1981), Cultura urbana y creación intelectual: el caso mexicano (1981), Nuevo catecismo para indios remisos (1992), su imprescindible Los rituales del caos (1995) o Aires de familia, 2000 con el que obtuvo, en el 2000, el Premio Anagrama de Ensayo.
Tímido insobornable –su compatriota el poeta José Emilio Pacheco asegura que “la persona más pública y notoria coincide en Monsiváis con la persona más reservada y aun recóndita que conozco”- alimenta una adicción incurable a la bomba verbal –el aforismo- que tensiona todas sus crónicas y extasía a sus lectores. Ha registrado prácticas culturales que surgen de la vida cotidiana, que él llama “la cultura en acción”. Sus escritos han contribuido a la fundación de la cultura popular como disciplina y han sido capaces de aportar significados simbólicos y filosóficos duraderos, amén de convertirle en un héroe popular para sus lectores diarios. Como Walter Benjamin y Elías Canetti predica en el desierto de lo cotidiano y levanta catedrales con crónicas que parodian el discurso bíblico.
Hay quien dice que Monsiváis ha declarado que “un porvenir que me interesa, cuando muera, es que dispersen mis cenizas por el California Dancing Club para que sobre ellas bailen un conmovido danzón”.