Cuando a Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953- Barcelona, 2003) le preguntaron en qué persona o cosa querría reencarnarse contestó: “Un colibrí, que es el más pequeño de los pájaros y cuyo peso, en ocasiones, no llega a los dos gramos. La mesa de un escritor suizo. Un reptil del desierto de Sonora.” Como siempre Bolaño mentía porque él hubiera querido ser un indomable cazador de ballenas, abalanzándose sobre el animal como quien se abalanza sobre la muerte. Bolaño escribía como si fuera ese cazador que sabe que ahora o nunca, como aquel suplente de la plantilla de un equipo de fútbol que sale sabiendo que tiene que darlo todo en el campo.
Para este chileno, que vivió muchos años en México y que decidió pasar el resto de su vida en un pueblecito de la costa mediterránea su patria eran sus hijos y su biblioteca. Hasta que en 1990 pudo dedicarse íntegramente a la literatura pasó por miles de oficios que no fueron de difuntos, sino de alguien más que vivo. Llegó a ser vigilante nocturno del camping estrella de Mar -que poco antes de su muerte como prueba del destino se incendió-, lavó platos, fue camarero y descargador de barcos en Francia, basurero, recepcionista y vendedor de vírgenes de Guadalupe (que eran lámparas) y de figuritas de San Martín de Porres.
Bolaño tenía dos casas en Blanes. En una vivía con su mujer y sus hijos y la televisión con la que se podía quedar hasta las cinco de la mañana viendo películas o tele basura. Había calefacción y algunas otras comodidades. En la misma calle y un poco más arriba Bolaño viajaba a su celda que no era una Arcadia para declarar: “Et in Esparta ego”. Allí no había ni calefacción ni ningún otro rastro de vida acomodada y escribía hasta la extenuación, es decir, si el día había sido optimo diez folios, si no uno. Arrancaba tomando una infusión de manzanilla y siempre escuchando rock con auriculares a todo volumen: The Pogues o Suicide o Bob Dylan pero “Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.”)
El Bolaño poeta dejó como herencia Reinventar el amor (1976), Muchachos desnudos bajo el arco iris de fuego (1979), Fragmentos de la Universidad Desconocida (1993), El último salvaje (1995), Los perros románticos (1995) y Tres (2000).
Se sabía poeta, pero el reconocimiento definitivo le llega en 1998 con la novela Los detectives salvajes (1998) que ganó el Rómulo Gallegos, el del Consejo Nacional del Libro y del Círculo de Críticos de arte de Chile. Bolaño había incendiado de arriba abajo todo un continente y su pólvora estaba preparada para inundar todas las bibliotecas. Poblada de personajes calamitosos toda su literatura nace de una conciencia trágica, suspicaz, perentoria, paródica y triste, muy triste.
Con anterioridad había escrito Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce (1984), en colaboración con Antoni García Porta, La pista de hielo (1993), La literatura nazi en América (1996), Estrella distante (1996) y Llamadas telefónicas (1997). Demostrando que su escritura nunca cambia escribió Amuleto (1999) o “la voz arrebatada de una uruguaya con vocación de griega”, novela que se inicia a partir de un fragmento de Los detectives salvajes y en Estrella distante recurre un capítulo de La literatura nazi en América.
Podemos entrar en su panteón, tropezando con su gran colección de wargames de mesa (o de ordenador) y veremos a Nicanor Parra, Lautréamont, Charles Dickens, Philip K. Dick, Mark Twain, Baudelaire, Oscar Wilde, James Joyce, Ezra Pound, Borges, Cortázar y Perec. Toda una declaración de intenciones.
Tras el huracán salvaje vendrá Monsieur Pain (1999) -que originalmente se había llamado La senda de los elefantes-, Nocturno de Chile (2000), Putas asesinas (2001) y El gaucho insufrible (2003). Pero le faltaba entregar a su editor miles de cuartillas y no pensaba hacer caso a su médico (“Yo no escucho consejos de nadie, ni siquiera de mi médico. Yo doy consejos a diestra y siniestra, pero no escucho ninguno”) que le rogaba que se trasplantara su maltrecho hígado. No hubo manera: la carrera contra el tiempo había empezado y la enormidad de 2666 no podía esperar. Hubo de ser póstuma y en un solo bloque -de hielo.
Murió el 14 de julio de 2003 a causa de una insuficiencia hepática dejándonos más solos que la una.