La literatura de César Aira (Coronel Pringles, 1949) persigue una pregunta decisiva: ¿cómo escribir tras el paso fulgurante de un meteorito llamado Borges? Si la opción de Manuel Puig fue escribir como si Borges no hubiera existido, la opción de Aira es volver una y otra vez a narrar los procedimientos y los métodos que hacen de la literatura algo literario: un gesto muy borgiano.
En esta nueva entrega Aira nos enfrenta ante textos que son relatos, que son el germen de tres posibles novelas y que son el gesto paródico y cómplice a la vanguardia literaria que tan buenos resultados le ha proporcionado al autor de Ema, la cautiva (1997). Es en Las curas milagrosas del Doctor Aira donde Aira -note el lector el evidente guiño autobiográfico- opta con más ahínco por el juego especular de la ficción que se mira a sí misma complacida de ser ficción (“¿Quién dijo que la mentira llevaba a la verdad, que la ficción desembocaba en la realidad?”), ofreciéndole al lector la lectura jugosa y copartícipe del texto que se sabe literatura. Escritor y lector, como le gusta a Aira, enfrentados el uno contra el otro, sin decirse nada, sólo con la mirada quieta, la palabra que asoma en los labios y la voz de un narrador potente y seguro que acaba por ganarnos con declaraciones como esta que aparece en el jugosísimo El Tilo: “… en los monólogos yo podía percibir el crecimiento, lento y magnífico, de las construcciones imaginarias, en las que el lenguaje, a fuerza de girar en el vacío, se abría a algo que estaba más allá de las palabras.” Fragmentos de un diario en los Alpes es un prodigio del arte de la enumeración al servicio del sentido o cómo hacer de la extravagancia la habitación sosegada del lector.
Aira construye sus textos en ese vacío que infinitamente repite siempre un relato que cuenta el procedimiento y los andamiajes de una escritura que de tan posmoderna resulta clásica.