En El factor Borges Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) escribe que “se narra porque hay una voz que se extingue; se narra –superstición borgeana- para salvar esa voz de la extinción, para conservarla como si la escritura fuera un bloque de hielo capaz de mantenerla en estado de hibernación”. Pauls examina ese factor que tantos han tratado de dilucidar y al que tan pocos se han acercado. Pero qué duda cabe que Pauls hablaba de una poética narrativa que siente muy cercana, casi como si fuera la propia. Narrar porque hay una voz que se demora, que se repite, que acaricia los detalles, como quería Nabokov. Narrar otra vez para negar lo que está cerca, convirtiendo el mundo en un continuo devenir de las cosas.
Historia del llanto trata de hacer efectiva esta poética y lo hace con un texto breve, pero extraordinariamente complejo y atiborrado de intermitencia y vacíos argumentales que crean un hueco indeterminado, huidizo, pero sólido. La cuestión es, como casi siempre, qué hacemos con el dolor. Para el pequeño protagonista de este magnífico relato el “dolor es su educación y su fe. El dolor lo vuelve creyente. Cree sólo o sobre todo en aquello que sufre.” Lo que está en juego es “una sensibilidad que sólo tiene ojos para el dolor y es absoluta, irreparablemente ciega a todo lo que no sea dolor.” Ternura es una palabra “que él ya no puede pronunciar sin sentir que se envenena”. A menudo piensa que “hacerse uno con el dolor es volverse indestructible.” En Historia del llanto hay dolor íntimo, hay dolor impronunciable, hay dolor incuestionable, hay dolor donde hubo una herida personal, social, estatal, mundial. Como telón de fondo la educación sentimental de un niño que crece sin poder llorar. Él “la ficción, la usa al revés, para mantener lo real a distancia, para interponer algo entre él y lo real, algo de otro orden, algo, si es posible, que sea en sí mismo otro orden. De ahí todo, o casi todo: leer antes incluso de saber leer, dibujar sin saber todavía cómo se maneja el lápiz, escribir ignorando el alfabeto. Todo sea por no estar cerca.” Pauls no es la voz de nadie, no es el resonador de la historia, no es el cronista ni el transcriptor de un tiempo feroz para la política y para la vida social allí donde Allende pierde algo que más que la vida en La Moneda. Pero si quieren pueden leer este libro como la historia despiadada de un tiempo sin esperanzas, un tiempo escindido como la vida del protagonista que quiere y no puede llorar.
Anclado en la microhistoria de un protagonista al que vemos niño y después adolescente Pauls lanza su poética más allá de sí mismo y certifica que la Historia refleja la ebriedad del mundo. Lo inmediato que nos asalta es un simulacro del eterno retorno que nos aguarda. Estamos condenado a no tener fin, no hay jerarquías en un contexto donde ver la muerte de Allende en televisión nos hacer ingresar de golpe en el infierno tan temido que Onetti preconizaba y que Pauls sabe que sólo nos los puede ofrecer la literatura. Sé que es mucho, pero Pauls es nuestro contemporáneo.