“Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good-evening, ladies & gentlemen. Tropicana, el cabaret MÁS fabuloso del mundo…” por el que se asomaban aquellos tres tristes tigres tropicanos y metafísicos ha vuelto. La noche es larga y la vida corta. Si ustedes quieren, sí, recordar que Cabrera era solo un Infante que jugaba con las palabras, dándoles la vuelta una y otra vez, y que era capaz de levantar un auditorio con miles de lectores enloquecidos saludándose a rabiar unos a otros porque habían descubierto para siempre un secreto a voces, si ustedes quieren, sí, confirmar que Cabrera era ese Infante que sólo hacía que reescribir un solo libro siempre sobre La Habana recordada, una fiesta popular convertida en puro humo gracias a las irresistibles vidas paralelas –léase para leerlas– entre el cine y la música, si quieren saber porque su talento se podía tocar con los dedos desde una vista del amanecer en el Trópico, entonces ahora es el momento de perpetuar un glosario básico para llegar a Cabrera, el Infante menos terrible del Trópico. El suyo era un oficio del siglo XX: todo lo que escribía lo convertía en música habanera gracias a sus exorcismos de esti(l)o. El glosario incluiría las siguientes entradas:
Ars Poetica: escribir más con el oído que con los dedos y la vista. Buscar siempre la complicidad del que está al otro lado de la página. Concebir la escritura como un tour de force donde se hace patente que esa la literatura “que conocemos escrita pasará, en un acto de justa vindicación, de nuevo al folklore de que salió un día.”
Bachata: presentar a Cabrera Infante como un enloquecido músico silencioso que concibió toda su escritura como un inacabable bolero, literatura que aspira a ser recitada en voz alta.
Bilingüismo: virtuoso políglota –como Beckett, Nabokov o Kundera- supo también escribir en un idioma que no era el suyo. Le gustaba recordar que era “el único escritor inglés que escribe en cubano y el único escritor cubano que escribe en inglés de Inglaterra”.
Boom: “Nunca pertenecí al Boom. Nunca quise pertenecer… No quiero clubes ni sociedades secretas, mucho menos una sociedad en comandita, una suerte de razón literaria y política. No firmo manifiestos ni escribo prólogos ni hago declaraciones conjuntas. Es por eso que, pese a las buenas razones de muchos, incluyendo esta mañana aquí, cuando me hablan del Boom y me asocian con esta masonería mínima, siempre respondo: “Incluye me out”, repitiendo encantatoria una frase memorable.”
Castroenteritis: no hay mal que dure cien años: “Castro es un capitán que después de averiar su barco se hunde con él. La isla será su Titanic.”
Cine: fue su gran pasión a la que dedicó Un oficio del siglo XX (1963), Arcadia todas las noches (1978) y Cine o sardina (1997). Al crítico Emir Rodríguez Monegal le confesó que había aprendido más a escribir con el cine que con la literatura. Empezó como periodista y acabó ejerciendo la crítica de cine a través de un conocido pseudónimo, Guillermo Caín, emblemático apellido que escondía la máscara personal de su más cara afición.
Digresión: esta nota debería explicar qué cosa entiende Cabrera Infante por digresión, pero les quiero recordar que amaba a su gato Offenbach, el gato más famoso de literatura contemporánea. En este terreno lo aprendió todo de Sterne.
Estilo: “He venido a hablarles esta noche no de mi lengua sino de mi estilo. Debo decirles que no tengo ninguno. La frase «El estilo soy yo», dicha por Gustave Flaubert, o «El estilo es el hombre», según Buffon, no tienen para mí ningún sentido.”
Exilio: su apartamento en Londres era Cuba en miniatura. La lejanía de la Isla le permitió escribir con acento inglés un idioma secreto, personal y dolorosamente astillado por su exilio.
La Habana: “Habanidad de habanidades, todo es habanidad.”
Literatura: Cabrera Infante escribió en Tres tristes tigres (1967) que “la única literatura posible para mí sería una literatura aleatoria.” Para él literatura era todo aquello que pudiera leerse como tal.
Oulipo: No podemos ni queremos olvidar que Cabrera Infante, aunque no formó parte del Ouvroir de Littérature Potentielle –el Oulipo- (Taller de Literatura Potencial), mandó textos a ese grupo que lideraban, entre otros, Raymond Queneau, el matemático François Le Lionnais y Georges Perec.
Parodia: “Me puse a escribir a partir de una apuesta resoluta por la parodia. Con el tiempo me doy cuenta que no he hecho otra cosa que parodiar: parodias de escritores cubanos, de escritores americanos, también otras (la última parodia que he escrito es una parodia de otra: parodié a Alphonse Allais), de la vida, de mí mismo. He parodiado palabras, frases, libros enteros. ¿Se trata acaso de un sistema de composición? Realmente no lo sé. La parodia es, por definición, la escritura del juego, y en todo caso sí puedo afirmar que me gusta el juego… Parodiando una parodia: con juego todo; sin juego nada. El juego es el jugo.”
Pun: Samuel Beckett en Murphy: “At the beginning it was the pun.” En el principio fue el juego de palabras. Sin comentarios.
Scriptor Ludens: concibió la literatura como el terreno propicio para el esparcimiento. Era un homo ludens eterno y eternamente niño. A este Peter Pan caribeño la literatura le permitió seguir jugando con la erudición y con la cultura popular: desde el cine de Hollywood hasta la música de Chano Pozo, de Corín Tellado hasta la novela rosa. El juego es infinito y fue su deporte nacional.
Trilogía literaria equívoca: sus dioses literarios pueden parecer tres jocosos gigantes de la tradición menipea, léase jocosa: Sterne y su Tristam Shandy, Carroll con Alicia en el país de las maravillas y Joyce, al que tradujo en Dublineses y al que leyó y releyó en su Ulises-, pero son cuatro: Nabokov y su Lolita, o cinco, Petronio y su Satiricon, uno de sus libros favoritos, o seis, Flann O’Brien y su libro imposible, En nadar-dos-pájaros, o siete, Rabelais y Gargantúa y Pantagruel, u ocho…