Escritor de culto en su país Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004) es un ilustre desconocido aquí en España. La lectura de La novela luminosa -y póstuma- permite ingresar de lleno en su universo personal y literario.
La novela luminosa es una suerte de texto doble descompensado. Por un lado, casi quinientas páginas del “Diario de la beca” cuando le fue concedida la beca Guggenheim; por otro, cien para La novela luminosa propiamente dicha. La primera parte pasa revista a la cotidianidad de Levrero desde agosto de 2000 hasta agosto de 2001: un año de reflexiones digresivas a la espera de que le llegue la luminosidad de aquella novela que será la protagonista de la segunda parte del libro. En este diario caben sus reiteradas obsesiones con los programas y los juegos informáticos, las novelas policíacas que devora a todas horas, caben las reflexiones sobre la obra de Chacel, Bernhard o Somerset Maugham, sus problemas con el sueño, las prostitutas que frecuenta, los talleres literarios que capitaneó, su mundo onírico, las interpretaciones, el psicoanálisis… Nada debe ni puede ser obviado a condición que el discurso sea tedioso y repetitivo a conciencia. La pretensión es llegar gracias a la cotidianidad al fondo de sí mismo y poder relatar las “experiencias luminosas”, léase epifanías a lo Joyce, y hacerlo como vademécum contra la muerte: “… siempre supe que escribir esa novela luminosa significaba el intento de exorcizar el miedo a la muerte.”
Trufado de reflexiones sobre el acto de escribir (“Escribo lo que recuerdo, lo que pienso que recuerdo, pero es pura información almacenada en la parte de la memoria que almacena información. Al escribir, mis sentimientos no aparecían por ningún lado. No había eso que se llaman “vivencias”. No había inspiración. Por lo tanto no había estilo. Por lo tanto esas páginas son un fraude.”) el “Diario de la beca” es un viaje sin retorno hacía sí mismo que abre el camino de La novela luminosa en la que Levrero relata esas vivencias epifánicas sin preocuparse demasiado que puedan o no ser leídas como una novela.
Hacer con la vida literatura y hacerlo de manera prosaica, sin alardes, contando lo que pasa, banalizando la búsqueda agónica de sí mismo está en el centro desviado de La novela luminosa donde Levrero se extingue torrencial mientras el lector conserva intacto la intimidad de un ser extraño.