Este segundo rescate novelesco del ordenador y los papeles que quedaron tras la desaparición de Roberto Bolaño (1953-2003) es muy distinto del primero y, sin duda, se sitúa en otro orden de cosas. La novela primeriza de El Tercer Reich es un texto de un escritor que empieza a ser genial y que, no del todo satisfecho, decide esperar, guardarlo y seguir escribiendo.
Los sinsabores del verdadero policía es un texto a la vez melancólico y paródico: un libro de otra galaxia. Habría que decidir, en primer lugar, si es o no una novela, más allá o mas acá de que Bolaño no pudiera cerrarla. Porque la estructura de la misma parece indicar que lo decisivo era la obra en marcha y no sólo y fundamentalmente el resultado final. No es una novela, no al menos tal y como aceptamos el membrete comúnmente. Es así que Padilla, el escritor de la novela inconclusa El dios de los homosexuales y una de las líneas argumentales de Los sinsabores… puede decir de la suya algo que el lector lee como interpretación plausible y paródica de la producción del propio Bolaño: “Mi novela, dijo, será como una emisión de luz estroboscópica, con muchos personajes (pero desdibujados o dibujados con trazos arbitrarios y dictados por el azar) y mucha violencia…”
El material de este texto se fue diseminando y creciendo en otras obras, pero parece como si Los sinsabores… hubiera sido para Bolaño un laboratorio de ideas, personajes y tramas que después tomarían carta de navegación en Llamadas telefónicas, Estrella distante, Los detectives salvajes o 2666. Ello no va en detrimento de esta obra que hará las delicias de cualquier lector que pretenda desafiar a su propio pensamiento.
Por la cantidad de historias entrecruzadas, por la miríada de sutiles líneas de pensamientos, muchos de ellos pergeñados desde, por y para la literatura, por ‘los personajes Bolaño’ diseminados aquí como si un catálogo de su propia literatura quisiera ser, por las secretas (y no tanto) claves que permiten releer y cuestionar buena parte de su producción anterior, por querer ser (y conseguirlo) un homenaje no velado a la figura del lector, este libro quiere ser leído como la llave maestra que permite al lector entrar cómodamente en el territorio de uno de los escritores más conscientes de serlo de la segunda mitad del XX.
Entrar y leer muy despacio la página 146 para comprender en qué consiste la felicidad del verdadero lector, auspiciada por la segunda línea argumental, el crítico y consabido detective Amalfitano: “¿Y qué fue lo que aprendieron los alumnos de Amalfitano? Aprendieron a recitar en voz alta. Memorizaron los dos o tres poemas que más amaban para recordarlos y recitarlos en los momentos oportunos: funerales, bodas, soledades. Comprendieron que un libro era un laberinto y un desierto… Que todo sistema de escritura es una traición. Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha… Que la principal enseñanza de la literatura era la valentía, una valentía rara, como un pozo de piedra en medio de un paisaje lacustre, una valentía semejante a un torbellino y a un espejo. Que no era más cómodo leer que escribir, que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. Que la memoria era el amor.”
Entrar y leer un texto endiabladamente divertido, profundamente trágico, perenne, sutil, simbólico y literal. Lea como quiera el lector este texto, pero lea, apresúrese a comprar un libro doblemente inteligente: Bolaño lo era, pero quería, antes que nada, que su lector también lo fuera.