La escritura de Antonio Skármeta (Antofagasta, Chile, 1940) tiene la transparencia y la eficacia del mensaje en el centro mismo de todas sus fábulas. Lo demostró bien a las claras cuando publicó Soñé que la nieve ardía (Planeta, 1975) y, sobre todo, con Ardiente paciencia (Sudamericana, 1985), que le valió la admiración de miles de lectores. Ahora presenta, auspiciado por el premio Planeta de este año, El baile de la victoria, que nos devuelve al Skármeta de antaño y nos gana para siempre un escritor nítido. Porque Skármeta despliega una novela que renuncia a las técnicas propias del boom y de la posmodernidad para lograr la difusión de una historia cuya acción se desarrolla de manera progresiva y lineal. Todo está subordinado al mensaje.
Exenta de melancolía o rencor hacia Chile, la novela hace hincapié en la fraternidad y en la adhesión en vez de en la soledad. La pretensión no es otra que la simplicidad de la narración, que no impone al lector la necesidad de colaborar con el autor o de reconstruir una realidad despedazada. Skámeta logra conducirnos astutamente para que simpaticemos con los protagonistas y con sus esfuerzos por superar sus conflictos y temores.
Skármeta sigue fiel a lo que anunciaba el narrador de Ardiente paciencia: “En tanto otros son maestros del relato lírico en primera persona, de la novela dentro de la novela, del metalenguaje, de la distorsión de tiempos y espacios, yo seguí adscrito a metaforones trajinados en el periodismo, lugares comunes cosechados de los criollistas, adjetivos chillantes malentendidos en Borges, y sobre todo aferrado a lo que un profesor de literatura designó con asco: un narrador omnisciente.” No se trata de problematizar la realidad, ni deconstruirla, sino focalizar la narración en la vida de unos personajes que al final acabarán integrándose. Asistimos al relato lineal, rápido y desde un tono coloquial de las vidas de Ángel Santiago, Victoria Ponce y Nicolás Vergara Grey que, como en un juego de espejos, acabarán confundiéndose en un solo camino: lograr el enorme botín del robo del siglo.
Es destacable la perspectiva que la sexualidad recorre en El baile de la victoria: reconciliación con la vida, en existencias tan maltrechas como las de estos parias. Como en otras novelas suyas el amor para Skámeta celebra la ilusión de reconquistar la juventud y de obtener el propio deseo. Si se cuenta una buena historia, si el narrador resulta fiable, si la soledad de los personajes logra comunicarse cabalmente, entonces tendremos ante nosotros la imagen radiante que Skármeta siempre anda buscando.“Opto por una selección rigurosa y creo ahora que la calidad de la vida pasa por la consecución de una imagen feliz…”
Leemos entonces, entre los sueños y las pesadillas de esos tres tristes tigres, la geografía de un crepúsculo a punto de desaparecer que es también un territorio protegido: sus vidas tal vez se perderán pero habrán urdido secretamente (y, no lo duden, Skármeta es el culpable) el insigne valor de lograr unas vidas dignas de recuerdo.