El primer modo de leer los relatos de esta Barra americana del poeta y profesor Javier García Rodríguez (Valladolid, 1965) es dejarse ganar por la voz de un narrador que aúna todos sus periplos por la América de Iowa, Chicago, Minneapolis o Boston, repleta de hoteles, conciertos privados de blues y no tan privados de gospel, partidos de béisbol interminables y aburridos, comidas surrealistas en restaurantes más surrealistas todavía y campus universitarios jurásicos en busca del aleph borgiano. Todo ello aderezado por el suave aleteo de un sentido del humor más que saludable y por la duda metódica: “Así es la paradoja de lo escrito: ser lo que nunca fuimos, anotar la experiencia desde la distancia más fecunda de la duda.”
El segundo es leer solo las citas que aparecen en el preámbulo de cada uno de los relatos como una secuencia más de la voz que cuenta un viaje que cuenta un cuento que cuenta una lectura que le cambió la vida al narrador. No piense el lector que quedará abrumado por el peso de las citas: García Rodríguez consigue ofrecer una narración con ellas porque son parte de su poética a lo rayuela: sáltese de una cita a otra.
El tercero es un corolario del segundo y necesita papel y lápiz (o post-it) porque el autor de Mutatis mutandis nos invita a sus clases universitarias y nos regala referencias bibliográficas de todo tipo que no tienen precio.
Del cuarto se ocupa esta cita: “Este relato va a estar lleno de notas a pie de página. De notas a pie de página, de citas y de referencias bibliográficas. Extravagancias de la escritura (pos)moderna. Libertades de la narrativa actual. Variedades de la hibridación genérica. Posibilidades de la ficción (el juego de la ficción produce monstruos). Apropiación del fragmentarismo contemporáneo.”
Para el quinto hay que saber que uno de los titanes de la narrativa posmoderna es el autor de La broma infinita, al que aquí se le rinde pleitesía. Pero queda un enigma: ¿es García Rodríguez un personaje (real, claro) de David Foster Wallace?
Para el sexto y último modo hay que afinar el oído para escuchar las epifanías que sustentan unos relatos que no quieren olvidar que el protagonista de todos ellos querría “escoger en esta soleada mañana una mezcla imposible de vidas, una amalgama utópica de estilos (el estilo, que es el hombre, ya se sabe), una aleación inesperada de nombres que nunca seré.”
Sea libro de viaje atípico, relato discontínuo de amores imposibles, receta rápida, sugerente y paródica para deconstruir América, homenaje no velado a autores fetiche o narración cómplice para un lector no hipócrita, es este un libro imprescindible y hecho con la imaginaria provincia de la inteligencia.