A medida que se avanza en la lectura de Bahía Blanca se percata el lector que el artefacto que tiene entre sus manos bien podría haber sido un diario o una sucesión de pensamientos con un tenue argumento de fondo. Porque lo que ha querido buscar Martín Kohan no es tanto la exposición narrada de la curiosa historia de Mario Novoa (parecida en el último tramo a Los enamoramientos de Javier Marías) cuanto el despliegue obstinado de una forma de acometer la narración que no dejará indiferente al lector.
Pertrechado bajo el amparo de una prosa hipnótica Kohan logra desplegar la intimidad de Novoa que busca en Bahía Blanca el lugar idóneo para desaparecer, ya que sabe que esa ciudad “que era nada, o mejor que nada, una pura negatividad, me aseguraba un corte perfecto: lo que yo más buscaba y quería, el corte más nítido y más limpio; dar vuelta la hoja, como se dice por lo común, de una vez y para siempre.”
Con la excusa de estudiar a Martínez Estrada (“Veo eso en Martínez Estrada: el arte del cambio de tema. El cambio de tema era su don y a mí es lo único que me importa en el mundo.”) llega a Bahía Blanca para acometer un larguísimo monólogo y para descubrir que las aguas del olvido no siempre son plácidas y que el recuerdo de lo sucedido, el execrable crímen que quiere olvidar, regresará al cenit de una conciencia machaconamente circular. Es por eso que Novoa no ignora que su “manera de disponer en la mente las ideas tiende de por sí marcadamente a la insistencia. No hay más que ver mi sintaxis, mi forma de elucubrar. No soy el nómade que tanto quisiera, no sé de derivas, no sé divagar. Lo que me nace es dar vueltas, pero vueltas sobre lo mismo.”
A estas alturas el lector sabe también que la historia de Novoa es una pieza acumulativa donde todo se dilata y donde se suceden divagaciones críticas sobre Crímen y castigo que permiten que aflore uno de los secretos de la novela convertida en una reflexión sobre el poder, el remordimiento y la culpa. Sobre esta tríada avanzará inexorablemente Novoa interesado como pocos en pensar hasta casi desaparecer, convertido en una suerte de Bartleby posmoderno que aunque “preferiría no hacerlo” conoce lo que el retorno supone: Buenos Aires le conducirá al tuétano del recuerdo que precisamente habría querido olvidar: “Olvidado, inexistente, ¿qué mejor tratamiento que ése podía ambicionar yo para mi empresa de acendrado olvido y de lenta fundación de inexistencias?”
A sabiendas que sus dos ficciones anteriores ya mostraban las alturas de mira de un escritor dueño de un universo literario y de un estilo propio, esta Bahía Blanca nos devuelve a un escritor de incuestionable firmeza y que ha sabido asomarse a la existencia de un personaje inteligente y ruinoso a la vez.