Si en en el terreno estricto de lo testimonial Jorge Edwards ya había alcanzado la cúspide con Persona non grata y con Adiós, Poeta y si en el terreno de la ficción pura destiló sus mejores elixires con El sueño de la historia o El inútil de la família ahora Edwards se presenta con un libro a caballo de ser testimonial y ficcional, tomando como excusa la muerte de Michel de Montaigne.
Seguramente lo que más ha seducido a Edwards de la figura del ensayista francés es, por un lado, esta capacidad de Los ensayos del “Señor de la Montaña” por convertir el texto en una infinita digresión y, por otro, la propia condición del texto de Montaigne que dio como resultado el nacimiento de un nuevo género literario: el ensayo. Con estas idas y venidas de la novela al ensayo y del ensayo a la novela juega constantemente Edwards en su libro: “¿No será, me he preguntado más de una vez, que las escrituras del yo, de la memoria, aunque sea una memoria convertida en ficción, inventada, tienden a cristalizar en notas más bien rápidas, apenas redactadas, puesto que el ritmo de la memoria suele ser más acelerado que el de la escritura, y más tarde, en la relectura, en la revisión de lo ya escrito, esa memoria recupera su dinamismo normal, reanuda su andar natural y nos lleva por vericuetos, por caminos laterales, por márgenes y reversos?” Si el lector quiere ver en estos “caminos laterales, márgenes y reversos” la clave cifrada de un libro agenérico que avanza como quien conversa estará en lo cierto.
Sin ser una biografía al uso otra de las fortunas del libro es acercar al lector un Montaigne animal político y animal privado, un Montaigne “gibelino para los güelfos y güelfo para los gibelinos”, un Montaigne enamorado de Marie de Gournay -convertida en “hija de adopción”- pero también de su propia intimidad, un Montaigne, en definitiva, casi retirado en la torre de su castillo, “la torre de la librería”, rodeado de las vigas atiborradas de citas de los clásicos que tanto había leído y escribiendo esos Ensayos que le habrían de convertirle en un clásico entre los clásicos.
Pero Edwards no ha querido olvidarse de sí y ha aderezado su libro homenaje con contínuas idas y venidas al presente chileno desde el que escribe, buceándo también él en el interior de un presente que todavía necesita –y mucho- echar la vista atrás a personajes que como Montaigne supieron ver que todo instante es un comienzo.