Afrontar el dolor por la pérdida o la muerte de seres queridos no siempre es lo más terrible. Existe un dolor más puro, si cabe, que es el dolor del que sobrevive. Que de tan real se torna imaginario.
En la nueva novela de Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) el Hablar solos representa este dolorosísimo acontecimiento a través del soliloquio de un niño, un padre y una madre que trasladan al lector tres voces: la mental, la oral y la escrita. Lito, el niño, piensa. Mario, el padre, habla. Y la madre -Elena- escribe. Ella es el personaje central, una Penélope que espera a su Ulises tras un último viaje en camión con el hijo. Elena, lectora compulsiva y adicta al sexo más descarnado, construye una antología de la pérdida y del dolor gracias a sus lecturas. Porque para ella lo que no se nombra no cicatriza. Con Elena el lector asiste a una miríada de pensamientos que dibujan el mapa del dolor y del duelo, el contorno de una figura femenina que escribe ante el que está sufriendo, esa suerte de fantasma en vida en que se convierte el enfermo, casi muerto: «Me pregunto si un muerto puede tener lugar. Si señalarlo protege su memoria o, de alguna forma, la limita (…) Un lugar para los muertos es un refugio para los vivos. Pero la muerte, para mí, sería más una intemperie. Un traslado constante. Un regreso a cada lugar que pisó o pudo haber pisado el ausente. Siento que no podría ir a la muerte de Mario, porque vivo instalado en ella. Porque está disgregada en todas partes y ninguna. Nunca sabremos dónde anda nuestro muerto».
Con los tres soliloquios Hablar solos conforma un lugar, llámese infancia, vejez, enfermedad, dolor o muerte. Pero también la alegría por la ausencia. Por recobrar las sensaciones de un cuerpo vivo que ha estado cuidando un fantasma, ese cuerpo moribundo que ya no está. Una voz que se creía silenciada y que recobra el tono gracias a la lectura y al sexo con Ezequiel, amante que completa el sempiterno triángulo amoroso.
Una de las cualidades de Neuman es esa endiablada capacidad de sujetar la escritura con los hilos de la poesía y el ensayo para convertir los fútiles juegos de la fantasía en imágenes imperecederas. Aquí vuelve por sus fueros y sus lectores, que son legión, estarán una vez más en deuda.