La obra del navegante de mundos imposibles, Álvaro Mutis, es poética y narrativa. Poco frecuente que un narrador se forme en lo poético. Pero esta solo es una frontera de géneros para explicar su inexplicable trayectoria literaria. Toda la poesía de Mutis anda preocupada por convertirse en relato mítico y su narrativa está repleta de los ritmos incantatorios de los himnos y las plegarias que los legendarios lobos de mar recitaban en sus viajes. Su visión de la existencia se perpetúa en todos sus libros como una pura desventura, como el relato apocalíptico de un hombre que, por delegación, encarna al aventurero que siempre sobrevive y que navega sin llegar nunca a puerto, el relator crepuscular y testamentario de un hombre perdido en la inmensidad del océano. El navegante sabe a ciencia cierta que ha perdido la batalla y, a pesar de ello, no le importa. Como un buen Quijote arremeterá enloquecido hacia los molinos de viento.
Desde su primer libro de poesía (La balanza, 1948) o su primera novela (La mansión de Araucaína, 1973) hasta su summa poética (Summa de Maqroll el Gaviero, 1990) y narrativa (Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, 2001) hemos leído en Mutis la navegación calamitosa, los lugares decadentes que un día fueron exóticos y hermosos, lo inútil de la existencia, el dolor ajado por una travesía sin horizonte, el testamento elegíaco y desolado -perdido y absurdo- de un poeta que se convirtió en narrador con ecos de Stevenson, Melville y Conrad. Pero si hay algo que hará que este colombiano afincado para siempre en México pase a los anales de la literatura es la creación de su alter ego, Maqroll el Gaviero, personaje legendario y emblema de una vida más ruinosa, pero más fértil. En estos términos ha descrito Mutis el fin de su sempiterno personaje: “¡Oh Señor! Recibe las preces de este avizor suplicante y condédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento.”
Si su poesía está escrita desde la lucidez delirante del perdedor, con una imaginería caótica, y es heredera del surrealismo nerudiano de Residencia en la tierra y de la fatalidad metafísica y conceptualmente precisa de Borges, su prosa es la viva conciencia de un narrador febril y elegíaco que cree en los mundos perdidos y en los mensajes cifrados en una botella en el fondo del mar. Sus personajes surcan el tiempo y se consagran como eternos peregrinos en busca de casa. El paraíso es el mar porque se erige en “el camino más rico que puede haber hacia una verdad interior.”
El oteador del horizonte marítimo, que supo que la muerte es un estación más de la travesía, el hombre amable con los jóvenes y amigo de sus amigos, el buceador incansable del alma se ha quedado para siempre en el límite, a orillas del precipicio, persiguiendo a Moby Dick, sabedor que nunca dará alcance a su presa, y convertido eternamente en el héroe “del desespero y de la furia… arquetipo del exasperado heroísmo sin salida.”