Es extraño que Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 1934 – Buenos Aires, 2010) se mostrara solo como novelista. Cierto que era un consumado periodista que a menudo recordaba que «informar con llaneza y alinear los hechos en un orden militar es para mí empobrecerlos y deslucirlos”. Una de sus pasiones fue enseñar tanto en la universidad como en la Fundación Nuevo Periodismo de su amiguísimo Gabriel García Márquez, quien afirmó del autor de Santa Evita: “Tomás Eloy Martínez es el mejor de todos nosotros.” Faltaba entonces que Eloy Martínez pudiera mostrarse también como un cuentista.
Para Eloy Martínez “corregir la realidad, transfigurarla o, al menos, disentir de la realidad, es uno de los deseos centrales del narrador. Pero para que la corrección tenga sentido, debe haber una realidad previa pesando, ejerciendo su fuerza de gravedad, sobre la imaginación del narrador: una experiencia de vida, una lectura, algo que lo excita, que lo saca de quicio.” Esta sensación perpetua de que su escritura se sitúa en la insistencia de la duda, la incertidumbre y la inestabilidad del género aparece como leitmotiv durante todo el libro. Son cuentos, sí, porque los textos tienen que adecuarse a un género, pero son también -y sobre todo- escritos que nacen por contaminación con la realidad, las lecturas, los hechos históricos vividos o las propias novelas que escribió. Es el caso del deslumbrante ‘Tinieblas para mirar’, postfacio genial a Santa Evita que juega con el lector entre la farsa inconsistente y la lucidez devastadora. O el homenaje no velado a los mundos de Lewis Carroll y Nabokov que es ‘El Reverendo y las corrientes del aire’: “Cuando el Reverendo tomaba conciencia de que todo lo que hicieran o dijeran los personajes resultaba inverosímil, se encogía de hombros pensando que un texto, a medida que se escribe, escribe también su lógica. Si la lógica no está adentro, no aparecerá por ninguna parte.” O ‘Colimba’: “Casi toda escritura nace del tormento de algún recuerdo”: ficción autobiográfica sobre el servicio militar en 1955. O ‘Mary Anne Jacus’, cuento que relata la necesidad de esperar a la muerte “mirándola de frente, con los ojos muy abiertos.”
Tinieblas para mirar juega a reinventar imaginarios colectivos, de la mano de uno de los cronistas más lucidos que ha tenido la literatura latinoamericana del siglo XX.