Tras sus exitosas primeras dos novelas (Fiesta en la madriguera y Si viviéramos en un lugar normal) en las que dio buena cuenta de un México atravesado por la parodia más hilarante, Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, México, 1973) cierra ahora esta trilogía con Te vendo un perro, dibujando un país que “sólo despierta cuando se abre la tierra bajo sus pies.” Si en aquellas uno tenía la sensación de que su corrosivo humor y su surrealista surrealismo habían llegado a su punto más álgido ahora sabemos que no, que Villalobos es capaz de llevar al lector a terrenos todavía más extremos.
Vean si no cómo es posible que Teo, un hombre de 78 años, se convierta en el centro de todas las iras de una comunidad de vecinos que no le perdona que no asista a la tertulia literaria de esa comunidad donde el Palinuro de México de Fernando del Paso es el Libro a comentar. Casi nada. Vean si no cómo puede ser acusado hasta la saciedad de que está escribiendo una novela que no está escribiendo. Vean si no cómo es posible que Teo, vendedor de tacos y pintor frustrado, pueda resolver cualquier tensión vecinal y personal de la mano de la Teoría estética de Theodor Adorno y de frases lapidarias de ese libro imposible tales como: “el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico” o “lo nuevo es hermano de la muerte.” Vean si no, finalmente, cómo es posible que su casa esté infestada de cucarachas y pueda ahuyentarlas gracias a la música.
Villalobos ha declarado que la novela es “una reflexión sobre la memoria y el olvido, la construcción del canon estético y la historia política” de su país. Es por eso que muy al final Teo escribe en un cuaderno una poderosa reflexión: “¿Cómo podía entenderse todo lo que había pasado?¿Cuál había sido el sentido de que pasara?¿Era una reivindicación de los olvidados, de los desaparecidos, de los malditos, de los marginales, de los perros callejeros?¿Era una manera complicada de decir que los historiadores del arte eran revisionistas?” A esos seres marginales y olvidados está dedicada la novela de un escritor que más que aclarar qué es lo que está pasando trata por todos los medios de distorsionar lo que sucede. Convertido en la suma perfecta de César Aira, Jorge Ibargüengoitia y Mario Levrero, Villalobos traza un simulacro que sirve de estímulo a una realidad todavía por venir.