“¡Haced que sea nuevo!” Esa fue la consigna que el poeta norteamericano Ezra Pound lanzó a sus contemporáneos hacia 1930 para pedirles no sólo que las obras fueran originales y novedosas, sino para que sus creaciones se situaran siempre a la vanguardia, transformando la época que les había tocado vivir. Ello viene a colación porque César Aira (Coronel Pringles, 1949) parece situarse una y otra vez en una posición literaria similar. En este sentido afirma de sus obras: “Prefiero que sea nuevo a que sea bueno.” Aira sustenta una escritura descabelladamente fecunda que le ha llevado a publicar una enorme cantidad de relatos breves capaces de sostener una obra surrealista y beligerantemente enfrentada a la tradición y a los géneros establecidos.
El mago no es una excepción en esta trayectoria. La novela narra las vicisitudes de Hans Chans disparatado mago que asiste a un congreso del gremio en Panamá, sabiéndose “mago verdadero” y no un mero aficionado. Pero teme ejercer su poder. Y acabará por escribir, a propuesta de unos editores, sus secretos de mago desperdiciados. La Obra de Hans Chans se desploma y sólo puede escribir el proyecto de lo que podía haber sido y no fue. El mago, al igual que la recientísima Varamo (Anagrama), es otra genial rareza de Aira. Una estructura paródica, un penetrante sentido de ambigüedad y, cómo no, de trágica ironía que tiñe, por momentos, El mago de un halo de tristeza infinita, son elementos que vertebran la novela. Entre las figuraciones que Aira crea para respaldar sus creaciones estos dispositivos engrasan a la perfección la maquinaria narrativa. El mago es un artefacto o simulacro que sólo es posible si el lector es suficientemente sagaz para colaborar con el autor. El absurdo rige las leyes de este artefacto y lo insólito acecha al lector en cualquier esquina narrativa.
Una literatura así formulada requiere lectores abocados hacia lo desconocido, lectores a los que les seduzca y no les asuste el virtuoso ilusionismo que la magia de la ficción les depare. Desocupado lector: aquí tiene una lectura comprometida de principio a fin con estos principios. No busque sosiego. Aquí la incertidumbre hilvana ad infinitum un relato de un autor que pone patas arriba cualquier convención y convicción que podamos tener a prori. Un acierto.