Sobre un imaginario diván en forma de cama está Carmen Prado, el centro crepuscular de este Milagro en Haití, contando las penas que le han llevado hasta aquí: “Eso soy yo, un conejo aterrado que atraviesa sin pensar las llamas, eso es lo que me salva, esa frontera delgada entre el terror y las ganas de flotar, de pasar por entre los muros, la seguridad de que al final me voy a salvar, de que el miedo tan grande no puede terminar más que por salvarme, porque se mueren solo los que dejan de temblar, porque eso es la muerte, el minuto exacto en que hasta el miedo te abandona.” A su lado Elodie, contrafigura a la que dirigirá la voz de su conciencia. El aquí y el ahora es la habitación de una clínica en Haití a donde ha ido para someterse a una operación de cirugía estética. Esta narración, bañada por un soliloquio y por unos diálogos intensísimos, no oculta el cariz autobiográfico al que nos tiene felizmente acostumbrados Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970), especialmente en Memorias prematuras (1999) y Mi abuela, Marta Rivas González (2013).
A zaga de la huella de la novela familiar y los elusivos tintes autobiográficos de la literatura de José Donoso, Gumucio ha sabido delinear una vez más los entresijos psicológicos de unos personajes femeninos extraordinarios, el día y la noche, la verdad y la mentira o, como querría Vargas Llosa, la verdad de las mentiras. Y lo hace de una manera luminosa, recreando un mundo físico y mental ambiguo: Chile. Escarbando en la memoria personal y quizá familiar Gumucio se inventa unos recuerdos ficcionales infundiendo a su prosa un aliento poético más que notable. Por momentos el lector tiene la saludable impresión de que está leyendo un larguísimo poema inconexo y caótico, cuya voz mezcla voces, tiempos e historias en aras de una imagen imprecisa, enigmática e inexistente, un milagro capaz de suplantar un mundo abyecto, desolado, inútil y decrépito.
Y , no obstante, de la soledad más dolorida surge una Carmen Prado, convertida en “heroico mascarón de pro recibiendo toda la espuma del mar en su pecho. Dispuesta a pelear por los vivos, los resucitados, los desheredados de la Tierra, imbuida de su propio heroísmo imaginario, limpia Carmen Prado de cualquier culpa con esa lluvia violenta como un abrazo.”
Esta novela que aspira a una catarsis de los recuerdos se quiere grave y es, por méritos propios, una fiesta del lector.