El pathos de una ausencia[1]
Uno
Leer de golpe El Danubio, casi ininterrumpidamente. Leer casi como si de navegar se tratara. Leer bajo el agua. Leer compulsivamente. Leer detenidamente. Leer como quien viaja a lomos de un gigante.
Dos
Al lector, como al viajero, le asolan a menudo las preguntas. Y ya sabe que las respuestas no sirven, o no demasiado. No hemos venido aquí para encontrar respuestas, sino para mantener vigentes las preguntas de siempre. Y El Danubio genera una primera pregunta inexcusable: ¿qué libro se está leyendo?[2] Parece claro que no es un libro de viajes, o no solo; ni un ensayo erudito de un profesor inteligente que lo sabe todo en relación a la literatura Mitteleuropea, o no solo; ni una novela cuyo protagonista es un río que atraviesa Europa y su historia y su filosofía y su arte y su literatura y su geografía y su música, o no solo. Hay que izar la pregunta como si fuera una bandera. Y sostenerla. Aunque el viento sea furioso.
Tres
El libro de Claudio Magris como la extensión infinita e imperecedera de aquellos tres versos de Jorge Manrique que contienen un mundo: “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ qu’es el morir”.
Cuatro
Un libro que es un viaje que es una biblioteca que es el recuerdo de textos leídos, léase, vividos, es decir: vívidos.
Cinco
El Danubio como la contrapartida necesaria, diríase imprescindible, de aquel otro libro danubiano: El anillo de Clarisse. O lo que es lo mismo: un río de lecturas: Hugo von Hofmannsthal y La carta de Lord Chandos, Jens Peter Jacobsen y su Niels Lyhne, el Ibsen tardío, Franz Blei y El gran Bestiario de la literatura, la destrucción del yo en Hambre y Pan de Knut Hamsun, el paseante Robert Walser, Rilke y su Malte, Robert Musil y El hombre sin atributos, Elías Canetti y Auto de fe, Italo Svevo y La conciencia de Zeno, Las escaleras de Strudlhof de Heimito von Doderer, el libro sobre el colapso de Manès Sperber y la vida sin ley de los textos de Isaac Bashevis Singer. Dos libros, entonces, como si fueran un solo espejo: imágenes invertidas de un solo río.
Seis
El lector viajero danubiano se percata, no sin dificultad, que este libro viaja, sí, por “la prosa del mundo” en el instante preciso en la que esta se torna nada. Una civilización en el punto exacto en que se va a convertir en “máscara”. La nada que sustenta la vida. El tiempo transmutado en la imagen más prístina de la imperfección: “La disgregación es la imperfección de la existencia, su ausencia; la vida se desmigaja en mínimas fracciones de tiempo, en las cuales –y por tanto también en su suma- no existe nada”[3]
Siete
El río danubiano convertido en una felicidad fantasmal, una suerte de “felicidad sin meta y sin agobio, eternidad y autosuficiencia del instante.”[4]
Ocho
Meditación lenta sobre la vida, pero antes que nada adagio hermenéutico sobre la muerte. Un libro no sobre el paso del tiempo, sino sobre el peso del tiempo: “el ritmo secreto de la vida, la medida automática de un tiempo puro y vacío”. Un libro donde crece en toda su extensión la felicidad sin tiempo del presente eterno, una felicidad convertida en el “pathos de una ausencia”. Y, no obstante, María Antonia Labrada, afirma que en El Danubio “hay una oferta de salvación” allí donde “la literatura retoma su papel de anuncio o promesa de lo porvenir.”[5] Un deseo, quizá, de futuro fluvial como aquel hermano mayor que no desea hacer conocer el mundo imperfecto de la Utopía, sino como lento caminar hacia una vida concebida en un límite, la frontera de un pensamiento que se sabe lenguaje en movimiento, un ser de lenguaje auspiciado por el lánguido caminar de la historia de unos territorios que lo han conformado así: efímero.
Nueve
El Danubio no busca restablecer una experiencia sino como desmoronamiento, como historia atravesada por el viento equidistante de vida y muerte. Una muerte en vida. Una ausencia vivida como si fuera vitalmente mortífera.
Diez
Este libro tiene algo de increíble, un poso de inexplicabilidad. Lo que está en juego, literalmente, es una narración imposible sobre una Europa devastada. Tras la experiencia de Auschwitz este Danubio viene a decir una forma sostenida de lenguaje que, como quería Giorgio Agamben en aquel otro libro inolvidable, es el ángel de la muerte.
Once
Fluctúan hechos históricos, personajes situados en un espacio geométrico, cultural, mental, histórico, filosófico, filológico, político y fluvial. Fluctúa el doble fondo de la vida en pura revelación. Una dualidad que se torna, una y otra vez, en tríada: no hay dos sin tres: los libros y manuscritos antiquísimos que dan cuenta de una historia pretérita y olvidada convertidos en el tercer elemento sine qua non.
Doce
El Danubio como si. Metáfora de una vida plena. La tersura de un lenguaje como si se fuera posible narrar la pérdida irreparable de un centro, es decir, la expresión primera y última de la decadencia moderna –la pura cadencia de la vida entendida como si fuera propia, la cadencia entonces como si carencia- que ya había atisbado Nietzsche y que Carlo Michelstaedter en La persuasión y la retórica explicita de este modo: “No dar a los hombres apoyo en su miedo a la muerte, sino quitarles ese miedo; no darles la vida ilusoria y los medios para siempre la sigan pidiendo, sino dales la vida ahora, aquí, entera, para que no pidan: ésta es la actividad que arranca la violencia desde la raíz.”[6]
Trece
Un libro en forma de ausencia: el anillo de Clarisse ya no tiene donde posarse, la vida está en otra parte: “No existe ya un sujeto unitario que desde una perspectiva superior pueda abarcar, seleccionar y unificar lo múltiple; no existe ya un sujeto lingüístico que pueda pretender apresar el mundo en la unidad de la frase.”[7] De ahí que el texto danubiano de Magris oscile en un mar de idas y venidas sin punto fijo, una suerte de oleada lingüística imposible de apresar.
Catorce
Este pathos de la ausencia como decadencia de la plenitud es también en el confín el dibujo de una frontera leída como miedo: “El pathos de la frontera no es más que inseguridad, miedo a ser alcanzado, como el que acecha a los personajes de Canetti, oscuro temor del otro. al igual que cualquier frontera, incluidas las de nuestro yo, también el Pruth es una línea imaginaria, más allá de la cual la hierba es igual a la que crece en nuestra orilla. Es posible que la cultura danubiana, que parece tan abierta y cosmopolita, eduque también en esta cerrazón y en esta ansia; es una cultura que, durante demasiados siglos, ha estado obsesionada por la contención, por el baluarte contra los turcos, contra los eslavos, contra los demás:”[8] Para Magris la frontera como germen del dolor se cura con el aguijón que mantiene viva la escritura de un libro sin fronteras, un libro en tierra de nadie, un libro-que-no-se-entiende, un libro sobre el que no hay nada que entender.
Quince
Libro nostálgico – que no melancólico- en el sentido griego: “dolor del retorno”. Un libro utópico y desencantado. Utopía y desencanto engarzados como un anillo al dedo, ahora sí, de un escritor que mira de frente al pasado para encarar la Utopía del futuro
Bibliografía
Labrada, María Antonia, “El relato de Europa por Claudio Magris” en Álvaro de la Rica (Ed.), Estudios sobre Claudio Magris, EUNSA, Navarra, 2000.
Magris, Claudio, Utopías y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001.
______, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 2004.
______, Microcosmos, Anagrama, Barcelona, 1999.
________, Itaca y más allá, Huerga & Fierro, Murcia, 1998.
Michelstaedter,
Carlo, La persuasión y la retórica,
Sexto Piso, Madrid, 2009.
[1] En Itaca y más allá, Huerga & Fierro, Murcia, 1998, págs. 193- 200, Claudio Magris ha descrito en qué sentido la “palabra tan densa de pathos parece sobre todo un signo de contradicción, un vocablo del cual la historia y la opinión común sugieren definiciones antitéticas.”
[2] Nadie mejor que el propio Claudio Magris para desentrañar la madeja: “Todo el Danubio es un libro de frontera, un viaje en busca de la superación y el atravesamiento de lindes no sólo nacionales, sino también culturales, lingüísticas, psicológicas; fronteras de la realidad externa, pero también del interior del individuo, fronteras que separan las zonas recónditas y oscuras de la personalidad que deben ser atravesadas también, si se quiere conocer y aceptar igualmente los componentes más inquietantes y difíciles del archipiélago que compone la identidad. Se trata de un viaje difícil, que conoce puertos felices pero también naufragios y fracasos; el viajero danubiano a veces es capaz de superar la frontera, de dominar el temor y el rechazo del otro –premisa de la violencia contra el otro- e ir a su encuentro; otras veces, en cambio, no es capaz de dar este paso y se encierra en sí mismo, víctima de sus propios prejuicios, de sus propias fobias e inseguridades.” Claudio Magris, Utopías y desencanto. Historias, esperanzas e ilusiones de la modernidad, Anagrama, Barcelona, 2001, pág. 63.
[3] Claudio Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 2004, pág. 80.
[4] Claudio Magris, Microcosmos, Anagrama, Barcelona, 1999, pág. 197.
[5] María Antonia Labrada, “El relato de Europa por Claudio Magris” en Álvaro de la Rica (Ed.), Estudios sobre Claudio Magris, EUNSA, Navarra, 2000, pág. 29.
[6] Carlo Michelstaedter, La persuasión y la retórica, Sexto Piso, Madrid, 2009, pág. 87.
[7] Claudio Magris, El anillo de Clarisse. Tradición y nihilismo en la literatura moderna, Península, Barcelona, 1993, pág. 12.
[8] Claudio Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 2004, pág. 359.