Este Elástico de sombrade Juan Cárdenas (Popayán, Colombia, 1978) viene a confirmar lo que ya sabíamos: que Cárdenas es una voz potentísima de la literatura hispanoamericana actual, que su obra ya tiene todos los visos de engarzar con buena parte de la tradición literaria de la que viene y hacia la que se dirige con un ritmo narrativo endiablado y que es oído literario, ritmo, sonido, baile ficcional. Con esta breve, pero intensísima novela remacha el clavo.
Según leemos en la ‘Nota liminar’ que abre el libro Cárdenas recogió todas las historias que aparecen aquí “en la zona norte del departamento del Cauca y el valle del río Patía, al suroccidente de Colombia”, siguiendo el curso de sus investigaciones en el Instituto Caro Cuervo “sobre la esgrima de machete… un arte marcial negro de origen incierto –actualmente en una fase vestigial o de ruina-“ Ergo: Cárdenas ha querido recuperar los vestigios olvidados de un arte ancestral olvidado lo que le ha permitido escribir un libro anclado en la pura oralidad perdida –y felizmente recuperada- de un mundo tan antiguo como necesario. O tan necesario aquí y ahora precisamente porque es muy antiguo. No se trata tanto de dar cuenta del orbe machetero –que también-, sino del espíritu que sustenta una práctica ancestral hecha carne, la imagen prístina de una cultura en movimiento: “en la esgrima del machete el cuerpo a cuerpo se vuelve imagen, se vuelve música, se vuelve palabra, se vuelve sabor, que es lo único que no se puede enseñar en una academia de esgrima. (pág. 35). En última instancia, si se quiere, Cárdenas está proponiendo “una espiral de tiempo” (pág. 36) que se quiere cargada de ideología, del aura de la historia que arremete contra los más débiles, o contra las culturas minoritarias y olvidadas en esos vientos epocales a los que Walter Benjamin les dedicó sus memorables Tesis sobre la filosofía de la historia. Un libro extraño el de Cárdenas. Poco moderno, a Dios gracias. Y que no corre al lado de estos tiempos convulsos. Un libro que quiere “recuperar aquellos juegos de sombra y, en particular, uno de ellos, el famoso Elástico de Sombra, juego tal vez apócrifo, tal vez un simple cuento para distraer quicatos, pero no por eso menos legendario… un juego que requería de una malicia de orden superior, pues consistía en saber atacar y defenderse en la más absoluta oscuridad.” (pág. 40) Un libro, entonces, que pone luz a la negrura.
Sando y Miguel buscan afanosamente obtener la destreza suficiente para poder luchar con solvencia en ese arte marcial afrocolombiano sin la ayuda de la luz del día. Cero les acompaña como investigador mestizo que pretende ser depositario de la voz que podrá dar cuenta fielmente de la esgrima del machete, personaje bisagra al que Cárdenas parece hacerle depositario de la “memoria perdida de los ancestros”. (pág. 45)
Nada en este libro tan peculiar queda fuera de su expresión. Porque Cárdenas se ha embebido no solo de lo cultual de todo lo que se ve en las sombras de ese universo, sino que se ha afanado en acercar el oído para saber y decir cómo hay que contar y cantar “la madre de todos los pensamientos, que es el dulce deseo de morir sin morir.” (pág. 41) La lucha sin cuartel de los macheteros y la obtención de grial sobre aquel arte olvidado es la lucha de Cárdenas con el lenguaje capaz de sostener otra lucha, si cabe más intensa, entre la lengua y la realidad. Perder la primera supone automáticamente sucumbir a la segunda. Por eso el libro está trufado de expresiones del tipo “aguapanela”, “acasito”, “jurgo”, “chimbo”, “empaute”, “yilé”… Y por eso Cárdenas da cuenta de estas venas abiertas de un lengua que es una firmeza, convertida en música celestial: “nuestra resistencia cava un hueco en la piedra dura de la ley, para que la ley se amolde al cuerpo del pueblo.” (pág. 80)
Tal y como expone Giorgio Agamben en El fuego y el relato, la literatura tiene que ver con que no se acabe de perder definitivamente el fuego, el lugar y la fórmula, tres condiciones que permiten que el misterio cuente. O como relata Pascal Quignard en La respuesta a Lord Chandos: “Hay que amar, en la lengua adquirida, la falta de adquisición que limita todo sin cesar pero que jamás la restringe. Debemos luchar con este fracaso para nombrar el mundo perdido. Ella, la lengua, es el con de nuestra alma. Es siempre una puerta.» Este libro de Cárdenas quizá esté queriendo nombrar la distancia exacta que media entre Agamben y Quignard. O lo que es lo mismo: entre el misterio y lo real la distancia exacta es la lengua como una herida. Brutal.
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