“Este libro es una novela. Todo lo que se cuenta en él, si fue verdad alguna vez, ahora es un sueño, y todos cuantos habitamos en él seremos sueños.” William Ospina (Padua, Tolima, Colombia, 1954) ha querido cerrar Guayacanal con este aviso a navegantes porque es esta una ficción autobiográfica o, si se quiere, unos episodios autobiográficos atravesados por la ficción. La descripción personalísima de la visión que Ospina tiene en relación a su Padua natal es la de un “mundo naufragado” que el narrador vive como si fuera “testigo de mundos distintos que llevan siglos intentando su alianza.” Trufado de bellísimas imágenes familiares incardinadas en el texto Ospina deconstruye la microhistoria anónima de Benedicto y Rafaela, sus bisabuelos, que conformaron unos hechos supuestamente triviales y que dibujaron una geografía emocional y un paisaje en blanco y negro para poder construir un destino que fuera más allá de sí mismos. El destino sangriento de un país que se debate entre la opereta y el sentido trágico de la existencia.
Sin olvidar que Colombia “era una fábrica de huérfanos” y que “lo que destruyó a nuestra patria no fueron esas violencias cotidianas […], sino las esperanzas postergadas” el retrato de Ospina fija un recuerdo en el tiempo y consigue arrástralo por el anchuroso siglo XX con la intención de que esa imagen tenga un alcance hacia dentro y hacia afuera. Como el Walter Benjamin de ‘Experiencia y pobreza’, Ospina conoce cuándo el peso y el paso del tiempo atañe a la difusión del saber. Y comprende que esta biografía no autorizada, por personal, de todo un país atañe tanto unos cuerpos desgajados por el paso del tiempo cuanto al poso que deja el olvido en una tierra en que “la muerte todo lo acaba.”
En un mundo dominado por unos caciques silenciosos la represión se cuela por la mirilla de una sintaxis desgarrada por la derrota que se ve venir. Y por los rituales que son mito en los pequeños pueblos. Por eso Ospina recrudece el sentido del desamparo o la zozobra del aparente desmoronamiento de una familia que contra viento y marea hablará gracias a la lucidez que proporciona el drama. De ahí que constantemente se tenga la impresión de que la voz que habla retorne a las palabras esenciales y duraderas y de que tenga muy presente el sentido de unos cuerpos que ya casi son olvido.
Sobre este horizonte se levanta este documento que evoca la comedia humana de un pueblo “donde vivieron y donde transcurrieron setenta años de historias de la cordillera, desde la colonización antioqueña hasta la violencia de liberales y conservadores del medio siglo.” Tanto el espacio como la temporalidad que sostiene el armazón de Guayacanal adquieren una flexibilidad, fragmentación y reverberación que le permiten al lector sostener la duración psicológica de unas penas que, felizmente, no se quieren resolver.
Un libro silencioso, aquietado, que no daña a pesar de que esté anclado en recuerdos devoradores. Un texto vivaz sobre unos muertos inolvidables.
Publicado en El Periódico el 2 de junio de 2021.
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