Si hay un autor que representa como ningún otro las estrechas y fructíferas relaciones entre escritura y frontera, ese es Claudio Magris (Trieste, 1939). Y no sólo porque haya nacido en una ciudad de y en la frontera, sino porque para Magris Trieste significa retomar una y otra vez la ambigüedad y la duplicidad que le es propia como escritor. La suya es una meditación lenta sobre la vida, que se calibra en adagio hermenéutico sobre la muerte. Una obra no sobre el paso del tiempo, sino sobre el peso del tiempo. Como afirmaba en Danubio lo decisivo es “el ritmo secreto de la vida, la medida automática de un tiempo puro y vacío”. La enorme amplitud que tematiza Magris en su escritura transita por esa búsqueda constante de una identidad escurridiza, persuadida e híbrida que toma cuerpo en una obra entre la narrativa, el ensayo, la dramaturgia, la literatura de viajes, la historia y el pensamiento. Para Magris la frontera entendida entonces como germen del dolor que se cura con el aguijón que mantiene viva la escritura de unos libros sin fronteras, libros en tierra de nadie. De ahí que sus textos oscilen en un mar de idas y venidas sin punto fijo, una suerte de oleada lingüística difícil de apresar. Fluctúan hechos históricos, personajes situados en un espacio geométrico y exacto, espacios culturales, mentales, históricos, filosóficos, filológicos, políticos y fluviales. Y el doble fondo de la vida que reclamaba Wittgenstein en sus Diarios cuando afirmaba que “la manera de escribir es una especie de máscara tras la que el corazón hace las muecas que quiere”. Una vida en pura revelación sostenida en la tersura de una lengua como si fuera posible narrar la pérdida irreparable de un centro, es decir, la expresión primera y última de la decadencia moderna de la que tanto se ha ocupado Magris. Tanto como que su persona, referente incuestionable en más de un sentido, es testigo de lo que Mercedes Monmany ha llamado certeramente los “márgenes más olvidados y traspapelados de la Historia” (p. 58).
Libros como El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna (1998), Lejos de dónde: Joseph Roth y la tradición hebráico-oriental (2002), Ítaca y más allá (1998), El anillo de Clarisse: tradición nihilismo en la literatura moderna (1993), Danubio (1988), Microcosmos (1999), Utopía y desencanto (2001), La exposición (2003), A ciegas (2006), El infinito viajar (2008), Así que usted comprenderá (2007), Alfabetos. Ensayos de literatura (2010), Literatura y Derecho. Ante la ley (2008), El secreto y no (2017), No ha lugar a proceder (2016) o Trieste. Una identidad de frontera (2007) han convertido por derecho propio a Magris en un prestigioso profesor, en una personalidad polifacética y en un intelectual de primer orden. No es de extrañar entonces que la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, desde el grupo de investigación en Teoría de la Literatura de esa misma facultad, le ofreciera un homenaje que se celebró en abril de 2015 y cuyo resultado es el libro que aquí reseñamos. Un texto con colaboraciones de Domingo Sánchez-Mesa, Mercedes Monmany, Sarai Adarve, Olalla Castro, Janneth Español, Tomás Espino, Iona Gruia, José Luis Martínez Dueñas, Andrés Soria Olmedo, y con dos entrevistas que a modo de inicio y cierre están firmadas por Domingo Sánchez-Mesa la primera y por Concha Gómez la segunda.
El libro se inicia con un estimulante diálogo de Magris con Domingo Sánchez-Mesa, quien hace un repaso a elementos fundamentales que Magris ha tejido y retejido a lo largo de su amplísima producción. Un primer artículo espléndido a la hora de situar las cuestiones relevantes sobre las que Magris ha edificado su obra. No es menor la importancia que el lector cree ver en la escritura oral de Magris: uno parece estar en el mismo arco temporal y espacial en el que tuvo lugar este diálogo con un conversador imbatible que proporciona lecturas, modos y perspectivas que han hecho escuela.
A continuación Mercedes Monmany, que se ha ocupado profusamente del autor triestino -quien le prologó su Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI-, bosqueja las decisivas tensiones que en Magris, “maître de penser” (p.57), se han sucedido con el correr de los años, o lo que es lo mismo, de qué modo cabe experimentar en toda su amplitud la potencia a la que Magris se entrega en relación a los géneros literarios, su papel de comparatista de primer orden que incendió el panorama del germanismo cuando publicó a los 24 años El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna, “su inmensa pasión y curiosidad por todo lo vivo” (p. 56) y lo que Monmany señala como la prueba irrefutable de estar ante un escritor absoluto: “un estilo inconfundible, de gran belleza y seducción” (p. 54).
El artículo que sigue es de Domingo Sánchez-Mesa. Y es una joya hermenéutica y un ejercicio rigurosísimo de comparatismo que hubiera hecho las delicias del malogrado Claudio Guillén. El autor, también editor del volumen y responsable del prólogo, estudia la figura del mascarón de proa “como leit-motiv o red de significantes” (p. 81), en tanto que “red semiótica de imágenes” (p.99) y que es visto como una alegoría de la feminidad a lo largo y ancho de la producción de Magris, leída por Sánchez-Mesa como “un objeto de la mirada y una prueba irrefutable del dominio de la perspectiva (p. 96). Y lo hace trabajando lentamente la ambigüedad que ese motivo provoca en los discursos de Magris. Una figura que es tanto lo femenino asociado a la muerte cuanto a “la posibilidad de salvación” (p. 85), elemento clave en la lectura de Sánchez Mesa. El artículo se cierra con la tentación que el responsable de este libro tiene de asociar aquella red semiótica de imágenes como un auténtico emblema de la literatura de Magris.
Sarai Adarve firma su aproximación con un artículo que dialoga con las fronteras del yo en Microcosmos, uno de los textos en los que la marca de la hibridez genérica se hace más patente. La autora afirma que los elementos estructurales de ese libro se sitúan en “la digresión y la apelación a una memoria edificada mediante retazos no cronológicos” (p.115). No obstante, ello no supone ni conlleva necesariamente “una disolución total del sujeto” (p. 115). Antes bien, para Adarve esos mismos elementos que fragmentan al sujeto le proporcionan la más decisiva de las identidades. Las referencias explícitas a las ideas narrativas en torno al tiempo de Walter Benjamin resultan iluminadoras cuando Adarve las coteja con el sustento que Magris otorga al papel que la memoria tiene en su novela.
Si parece claro que la frontera ha sido uno de los terrenos más fructíferos para aquilatar la obra de Magris, Olalla Castro ofrece en su propuesta interpretativa una vuelta de tuerca leyendo la frontera magrisiana no ya como si fuera la toma de partido por un espacio exclusivamente binario (léase: lo fronterizo versus lo no fronterizo), sino como “un emplazamiento semiótico que permanece siempre indefinido” (p. 122) y capaz, por ende, de concebirse como “Terceros Espacios híbridos, entre-lugares fronterizos” (p. 122) vistos como si fueran lugares intersticiales y configurados desde la “contramodernidad o Modernidad negativa” (p.126) que Olalla establece, lúcidamente, como precedente interpretativo.
Teniendo muy cerca el legado universal de Antígona y del Kafka de El proceso Janneth Español se aproxima, a propósito de la conferencia de Magris “Literatura y derecho ante la ley”, al derecho y a la ley como aquello que “reduce las posibilidades de réplica” (p.141). No menos interesante es la sutileza con la que Español lee a Magris buscando las afinidades que el autor de Trieste establece entre derecho y lenguaje.
Le sigue el artículo de Tomás Espino que, aprovechándose de los iluminadores trabajos de Marcel Cornis-Pope y John Neubauer en torno la definición que hacen de “ciudad marginocéntrica”, busca las conexiones entre Triestre y Ruse, ciudades que “se caracterizan por proponer un concepto policéntrico de la cultura” (p.165). Esa definición le permite a Espino explicitar hasta qué punto lo marginocéntrico se convierte en un espacio ideal para deconstruir las identidades que el autor del artículo constata en textos de Magris y Elías Canetti.
Por su parte, y también desde una posición hermenéutica comparatista, Iona Gruia, a propósito de las consideraciones de “la historia como cicatriz (la cicatriz no como curación, sino como testimonio visible de una herida profunda”), vincula los quehaceres de Magris y de Danilo Kis para tratar de repensar la herida y la cicatriz como espacios interdisciplinarios que aúnan los esfuerzos que tanto la literatura como la historia generan para mostrar lugares de significación íntimos y colectivos.
Utopía y desencanto centra el análisis de José Luis Martínez Dueñas en relación a los usos del tiempo en el funesto siglo XX y en cómo Magris ha pretendido equilibrar su nada ingenuo pensamiento con la utopía y la nostalgia en dos ensayos de aquel libro que para Martínez Dueñas resultan especialmente lúcidos: “Erasmo y Lutero: la disputa sobre el libre albedrío” y “Nievo y las Confesiones de un italiano”. Si en el primero Martínez Dueñas atisba una sutil reflexión entre lo divino y lo heroico, en el segundo constata por qué esa novela injustamente olvidada (y, en palabras del propio Magris, “una de las poquísimas novelas italianas que está a la altura de las grandes novelas europeas del siglo XIX”) es una obra “casi programática” (p. 191). Su colaboración se cierra con las consideraciones que hace sobre el último de los artículos que contiene Utopía y desencanto: “Feliz Navidad”, visto como “un acto de fe en la complejidad de la vida (p. 193), La pretensión última de Martínez Dueñas es leer el ensayo de Magris como un constante ir y venir temporal.
Quizá el artículo más personal sea la de Andrés Soria Olmedo porque en más de un sentido es un texto triple que pone en conexión (y homenajea) al profesor Ezio Raimondi -con el que se doctoró Soria Olmedo-. Dicho homenaje va de la mano de Magris en tanto que escritor que no cesa de relacionar el yo con los otros, la literatura con la memoria, elementos fundamentales que Soria Olmedo atisba en ambos autores para quienes contar es un ejercicio que modifica la memoria personal y el flujo de los recuerdos. En ambas figuras, la de Raimondi y la de Magris, constata además Soria Olmedo unas fecundas identidades irónicas que huyen de los estereotipos que asignamos intuitivamente a lo fronterizo.
La segunda entrevista que aparece en el libro es la que capitanea Concha Gómez. Ahí Magris confiesa que al cine le debe “el sentido de la sintaxis, además de las emociones” (p. 207) y que su primera vocación consciente fue la de querer ser director de cine. Habla de las películas que para él han sido importantes (Senso de Visconti, El vampiro de Düsseldorf de Fritz Lang, Alemania, año cero de Rosellini, Feliz Navidad, Mr. Lawrence de Nagisa Ōshima, las de Buñuel) y de que el cine que le interesa es el que “no predica, que no dice explicitamente, que no es una escuela de moralidad, ni de catecismo” (p. 209). Estas consideraciones de un escritor como Magris, tan consciente de la imagen que intenta narrar, no deberían pasar desapercibidas.
El libro del que aquí hablamos señala diversos caminos interpretativos sobre Magris y cubre un amplísimo abanico que le permite al lector interesado navegar prácticamente por todos los intersticios que le han interesado al autor del Danubio. Este Claudio Magris. Las voces de la literatura y el pensamiento es ya un libro de referencia (y una celebración) para quien quiera leer en toda su complejidad al escritor triestrino.
Publicado en Cuadernos de Filología Italiana ISSN: 1133-9527