Dos palabras asoman cuando uno tiene entre las manos el primer tomo de estas Obras Completas de Juan Carlos Onetti (Montevideo, 1909- Madrid, 1994): justicia poética. La prosa onettiana es una de las aventuras literarias más fecundas y perentorias de la narrativa escrita en castellano y, tal vez junto a Jorge Luis Borges y Juan Rulfo, una de las literaturas más inquietantes de todo el siglo XX. Estas Obras Completas vienen, pues, a ratificar que Onetti fue, es y será uno de los grandes porque supo decir con un lenguaje prístino y en no demasiadas páginas toda la nostalgia que habita en el desconcertante habitante de nuestras ciudades.
Este tomo contiene El pozo (1939), Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950), Los adioses (1954) y los trece capítulos que se conservan de Tiempo de abrazar (1934). La edición cuenta con un texto de Dolly Onetti, una introducción general a cargo de Hortensia Campanella, un memorable prólogo de Juan Villoro y un Apéndice con dos textos del propio Onetti -el que escribió en 1974 como prólogo a la edición italiana de Para esta noche y un fragmento narrativo titulado “La casa de arena”-, y un ensayo a propósito de Los adioses de Wolfgang A. Luchting. El tomo se cierra con las notas a cada una de las novelas.
En el mencionado prólogo, Villoro afirma que “Onetti depende de la forma en que narran sus personajes”, certifica que “… él se adentra en el camino de sombra de quien escribe porque no conoce” y corrobora que “… hizo del lenguaje y la observación en proximidad extrema su apuesta más alta. Su voz narra entre las cosas y entre los personajes.” Estos son los tres pilares de la literatura del autor de La vida breve. El único empeño que Onetti se propuso fue registrar hasta la extenuación la vida incierta de unos personajes grotescos, patéticos y no trágicos. Registrar una y otra vez lo mismo: “Durar frente a un tema, al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro trabajo, hasta extraer de él o de nosotros la esencia única y exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu que nada tiene que ver con lo vano, lo fácil, las peñas literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesa de café…” Ni una sola concesión.
Contra el fetichismo de la razón y de lo real Onetti no supo ni quiso renunciar a la obsesiva tarea de rastrear la profundidad existencial del ser humano con una intensidad verbal fantasmagórica y con una sola varita en la mano: la imaginación que nos hace verdaderos. Estas narraciones nos devuelven la imagen impagable de un escritor irrepetible, obedeciendo al imperativo de una obra dispuesta a no ser olvidada.
Unas palabras finales de El pozo prefiguran todo lo que escribió más tarde: “Ésta es la noche; quien no pudo sentirla así no la conoce. Todo en la vida es mierda y ahora estamos ciegos en la noche, atentos y sin comprender.” Onetti llama a una exigencia delirante para “vivir en el pequeño infierno helado” que diseñó sabiamente.