El poema
Palabras escritas en la arena por un inocente
I
Yo no sé escribir y soy un inocente.
Nunca he sabido para qué sirve la escritura y soy un inocente.
No sé escribir, mi alma no sabe otra cosa que estar viva.
Va y viene entre los hombres respirando y existiendo.
Voy y vengo entre los hombres y represento seriamente el papel que ellos quieren:
Ignorante, orador, astrónomo, jardinero.
E ignoran que en verdad soy solamente un niño.
Un fragmento de polvo llevado y traído hacia la tierra por el peso de su corazón.
El niño olvidado por su padre en el parque.
De quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con los ojos.
Mis ojos piensan y hablan y andan por su cuenta.
Pero yo represento seriamente mi papel y digo:
Buenos días, doctor, el mundo está a sus órdenes, la medida exacta de la tierra
es hoy de seis pies y una pulgada, ¿no es ésta la medida exacta de su cuerpo?
Pero el doctor me dice:
Yo no me llamo Protágoras, pero me llamo Anselmo.
Y usted es un inocente, un idiota inofensivo y útil.
Un niño que ignora totalmente el arte de escribir.
Vuelva a dormirse.
II
Yo soy un inocente y he venido a la orilla del mar,
Del sueño, al sueño, a la verdad, vacío, navegando el sueño.
Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente.
Yo no sé escribir, no tengo nociones de lengua persa.
¿Y quién que no sepa el persa puede saber nada?
Sí, señor, flor, amor, puede acaso que sepa historia de la antigüedad.
En la antigüedad está erguido Julio César con Cleopatra en los brazos.
Y César está en los brazos de Alejandro.
Y Alejandro está en los brazos de Aristóteles.
Y Aristóteles está en los brazos de Filipo.
Y Filipo está en los brazos de Ciro.
Y Ciro está en los brazos de Darío.
Y Darío está en los brazos del Helesponto.
Y el Helesponto está en los brazos del Nilo.
Y el Nilo está en la cuna del inocente David.
Y David sonríe y canta en los brazos de las hijas del Rey.
Yo soy un inocente, ciego, de nube en nube, de sombra a sombra levantado.
Veo debajo del cabello a una mujer y debajo de la mujer a una rosa y debajo
de la rosa a un insecto.
Voy de alucinación en alucinación como llevado por los pies del tiempo.
Asomado a un espejo está Absalom desnudo y me adelanto a estrecharle la mano.
Estoy muerto en este balcón desde hace cinco minutos lleno de dardos.
Estoy cercado de piedras colgado de un árbol oyendo a David.
Hijo mío Absalom, hijo mío, hijo mío Absalom!
Nunca comprendo nada y ahora comprendo menos que nunca.
Pero tengo la arena del mar, sueño, para escribir el sueño de los dedos.
Y soy tan sólo el niño olvidado inocente durmiéndose en la arena.
III
«Yo soy el más feliz de los infelices».
El que lleva puesto sombrero y nadie lo ve.
El que pronuncia el nombre de Dios y la gente oye:
Vamos al campo a comer golosinas con las aves del campo.
Y vamos al campo aves afuera a burlarnos del tiempo con la más bella bufonada.
Pintando en la arena del campo orillas de un mar dentro del bosque.
Incorporando las biografías de hombres submarinos renacidos en árboles.
Atahlía interrumpe todo esfuerzo gritando hacia los cielos traición, traición!
Nos encogemos de hombros y hablamos con los delfines sobre este grave asunto.
Contestan que se limitan a ser navíos inesperados y tálamos de ruiseñores.
Que lo dejen vivir en todo el mar y en todo el bosque.
Escalando los delfines los árboles y las anémonas.
Comprendo y sigo garabateando en la arena.
Como un niño inocente que hace lo que le dictan desde el cielo.
IV
Bajo la costa atlántica.
A todo lo largo de la costa atlántica escribo con el sueño índice:
Yo no sé.
Llega el sueño del mar, el niño duerme garabateando en la arena,
escucha, tú velarás, tu estarás, tú serás!
«Sí, es Agamenón, es tu rey quien te despierta,
Reconoces la voz que golpea en tus oídos».
¿Por qué vas a despertarle rey de las medusas?
¿Qué vigilas cuando todos duermen y no estás oyendo?
Las cúpulas despiertas. Las interminables escaleras de la memoria.
Oye lo que canta la profunda medianoche:
Reflexiona y tírate en el río.
De la mano del rey tírate en el río.
Nada como un amigo para ser destruido.
Prepárate a morir. Invoca al mar. Mírame partir.
Yo soy tu amigo.
No! Si yo soy tan sólo un niño inocente.
Uno a quien han disfrazado de persona impura.
Uno que ha crecido de súbito a espaldas de su madre.
Pero nada comprendo ni sé, me muevo y hablo
Porque los otros vienen a buscarme, sólo quisiera
Saber con certidumbre lo que pasó en Egipto
Cuando surgió la Esfinge de la arena.
De esta arena en que escribo como un niño
Epitafios, responsos, los nombres más prohibidos.
Escribiendo su nombre y borrándolo luego,
Para que nadie lea, y los peces prosigan inocentes.
Y los niños corran por las playas sin conocer el nombre que me muere.
V
«Qué soy después de todo sino un niño,
Complacido con el sonido de mi propio nombre,
Repitiéndolo sin cesar,
Apartándome de los otros para oírlo,
Sin que me canse nunca?».
Escribo en la arena la palabra horizonte
Y unas mujeres altas vienen a reposar en ella.
Dialogan sonrientes y se esfuman tranquilas.
Yo no puedo seguirlas, el sueño me detiene, ellas van por mis brazos
Buscando el camino tormentoso de mi corazón.
El horizonte guarda los amigos perdidos, las naves naufragadas,
Las puertas de ciudades que existieron cuando existió David.
Yo no comprendo nada, yo soy un inocente.
Pero los dejo irse temblando por el camino de los brazos,
Sangre adentro, centellas silenciosas,
Ahora los escucho platicar por las venas,
fieles, suntuosamente humildes, vencidos de antemano.
Hablan de las antiguas ciudades, hablan de mujeres esfumadas, gritan
y corren apresurados.
Esta mano de un rey me pertenece.
Esta Iglesia es mi casa. Son mis ojos
Quienes la hacen alta y luminosa. Aquel torso
Que sirve de refugio a un bienamado pueblo de palomas
Escapado ha de mí. Han escrito una letra de mi nombre
En las tibias espaldas de aquel árbol. ¿Quién es esta mujer?
La oigo mis verdades. Ella conoce el preciado alimento.
Va inscribiendo mi nombre sobre sepulcros olvidados.
Ella conoce la destreza de amor con que se yergue
Dentro de mí un cuerpo esplendoroso. Ella vive por mí.
¿Cómo responde cuando soy llamado? ¿Cómo alcanza
A su terrible boca el alimento que deparado fuera a mis entrañas?
Ahora comprendo que su cuerpo es el mío.
Yo no termino en mí, en mí comienzo.
También ella soy yo, también se extiende,
Oh muerte, oh muerte, mujer, alma encontrada,
¿Qué vigilas cuando todos duermen?
Oh muerte, feliz inicio, campo de batalla,
Donde las almas solas, puras almas, ya no se mueren nunca,
También se extiende hacia su extraña playa de deseos
Esta frente que en mí es destruida por ardientes deseos de otra frente.
Bajo este murmullo de guerreros por dentro de las venas
Pienso en los tristes rostros de los niños.
Pienso en sus conversaciones infantiles y en que van a morirse.
Y pienso en la injusticia de que no sean niños eternamente.
Y una voz me contesta:
Eres el más inocente de los inocentes.
Apresúrate a morir. Apresúrate a existir. Mañana sabrás todo.
A su oído infantil, a su inercia, a su ensueño,
Bufón, rojo anciano, sabio dominante, le dirás la verdad
Diciendo tus verdades, bufón, anciano dominante, sabio de Dios, alerta.
Mañana sabrás todo. Mañana. Duerme, niño inocente, duerme hasta mañana.
Le mostrarás el polvoriento camino de la muerte, anciano dominante,
Bufón de Dios, poeta.
To-morrow, and to-morrow, and to-morrow,
Creeps in this petty pace from day to day,
To the lasta syllable of recorded time;
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death: Out, out, brief candle!
Bufón de Dios, arrójate a las llamas, que el tiempo es el maestro de la muerte.
Y tú no estás, ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra.
Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones, sabio dominado.
Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos, levántate, terrible
y seguro, imponiendo tu sombra a la luz de la vida.
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage,
And then is heard no more; it is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.
Mañana sabrás todo.
Vuelve a dormirte.
La vida no es sino una sombra errante,
Un pobre actor que se pavonea y malgasta su hora sobre la escena,
Y al que luego no se le escucha más, la vida es
un cuento narrado por un idiota, un cuento lleno de sonido y de furia,
Significando nada.
Vuelve a dormirte.
VI
Estoy soñando en la arena las palabras que garabateo en la arena con el
sueño índice:
Amplísimo-amor-de-inencontrable-ninfa-caritativo-muslo-de-sirena.
Éstas son las playas de Burma, con los minaretes de Burma, y las selvas
de Burma.
El marabú, la flor, el heliógrafo del corazón. Los dragones andando de puntillas
porque duerme San Jorge.
Soñar y dormir en el sueño de muerte los sueños de la muerte.
Danos tiempo para eso. Danos tiempo. Tú eres quien sueña solamente.
«No. Yo no sueño la vida,
Es la vida la que sueña a mí,
y si el sueño me olvida,
he de olvidarme al cabo que viví».
VII
Andan caminando por las seis de la mañana.
¿Querría usted hacer un poco de silencio?
La tierra se encuentra cansada de existir.
Día tras día moliendo estérilmente con su eje.
Día tras día oyendo a los dioses burlarse de los hombres.
Usted no sabe escucharla, ella rueda y gime.
Usted cree que escucha las campanas y es la tierra quien gime.
Recoja sus manos de inocente sobre la playa.
No escriba. No exista. No piense.
Ame usted si lo desea, ¿a quién le importa nada?
No es a usted a quien aman, compréndalo, renuncie gentilmente.
Piense en las estrellas e invéntese algunas constelaciones.
Hable de todo cuanto quiera pero no diga su nombre verdadero.
No se palpe usted el fantasma que lleva debajo de la piel.
No responda ante el nombre de un sepulcro. Niéguese a morir. Desista.
Reconcilie.
No hable de la muerte, no hable del cuerpo, no hable de la belleza.
Para que los barcos anden,
«Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles».
Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse,
Remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.
VIII
«Yo soy el mentiroso que siempre dice su verdad».
Quien no puede desmentirse ni ser otra cosa que inocente.
Yo soy un niño que recibe por sus ojos la verdad de su inocencia.
Un navegante ciego en busca de su morada, que tropieza en las rocas vivientes
del cuerpo
humano, que va y viene hacia la tierra bajo el peso agobiante de su pequeño
corazón,
Quien padece su cuerpo como una herejía, y sabe que lo ignora.
Quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse.
La mano de su Padre recogiéndolo piadosa en medio del parque.
Sonriendo, sollozando, mintiendo, proclamando su nombre sordamente.
Bufón de Dios, vestido de pecado, sonriendo, gritando bajo la piel, por su
fantasma venidero.
Amor hacia las más bellas torres de la tierra.
Amor hacia los cuerpos que son como resplandecientes afirmaciones.
Amor, ciegamente, amor, y la muerte velando y sonriendo en el balcón
de los cuerpos más hermosos.
Las manos afirmando y el corazón negando.
Vuelve, vuelve a soñar, inventa las precisas realidades.
Aduéñate del corazón que te desdeña bajo los cielos de Burma.
Sueña donde desees lo que desees. No aceptes. No renuncies. Reconcilia.
Navega majestuoso el corazón que te desdeña.
Sueña e inventa tus dulces imprecisas realidades, escribe su nombre en las
arenas, entrégalo al mar, viaja con él, silente navío desterrado.
Inventa tus precisas realidades y borra su nombre en las arenas.
Mintiendo por mis ojos la dura verdad de mi inocencia.
IX
Estamos en Ceylán a la sombra crujiente de los arrozales.
Hablamos invisiblemente la Emperatriz Faustina,
Juliano el Apóstata y yo.
Niño, dijeron, qué haces tan temprano en Ceylán,
Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía.
Y aquí estamos para discutir las palabras del Patriarca Cirilo,
Y hablaremos hebreo, y tú no sabes hebreo?
El emperador Constantino sorbe ensimismado sus refrescos de fresa.
Y oye los vagidos victoriosos del niño occidente.
Desde Alejandría le llegan sueños y entrañas de aves tenebrosas como la herejía.
Pasan Paulino de Tiro y Petrófilo de Shitópolis.
Pasan Narciso de Neronias, Teodoto de Laodicea, el Patriarca Atanasio.
Y el Emperador Constantino acaricia los hombros de un faisán.
Escucha embelesado la ascensión de Occidente.
Y monta un caballo blanquísimo buscando a Arlés.
El primero de Agosto del año trescientos catorce de Cristo.
Sale el Emperador Constantino en busca de Arlés.
Lleva las bendiciones imperiales debajo de su toga,
Y el incienso y el agua en el filo de su espada.
Faustina me prestaba su copa de papel
Y yo bebía del vino que toman los muertos a la hora de dormir.
Pero no conseguían embriagarme
Y de cada palabra que decían sacaba una enseñanza.
El pez vencerá al Arquitecto,
Los hijos son consubstanciales con el padre.
Si descubren un nuevo planeta, habrá conflagraciones, y renunciará a existir el Sínodo de Antioquía.
Y de todo salía una enseñanza.
Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.
Mujeres doradas danzan al compás de sus amatistas.
Niños grabados en la flor de amapola danzan briznas de opio.
Y en todo el paraninfo de Ceylán las figuras del sueño testifican:
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabra en la arena?
¿Qué sabe él quién lo desata y lanza?
Me prestaba su copa de papel.
El patriarca hablaba desde su estatua de mármol, con su barba natural y
voz de adolescente:
Preparáos a morir. La hora está aquí. Vengan.
Continuaba bebiendo el vino de los muertos y fingía dormir.
El patriarca me ponía su manto para cuidarme del sueño.
Y oía su diálogo por debajo del vuelo, la voz enjoyada de Faustina, la voz
de la estatua,
el vino de Ceylán, la canción de los pequeños sacrificados en la misa de Ceylán.
¿Quién es ese niño que nos escribe en palabras en la arena?
¿Qué sabe él quien lo desata y lanza?
Una voz contesta desde su garganta de mármol:
Dejadlo dormir, es inocente de todo cuanto hace,
Y sufre su sangre como el martirio de una herejía.
Dormir en la voz helena de Cirilo.
Con las soterradas manos de Faustina.
Dialogando interminablemente Juliano el Apóstata.
X
Echemos algunas gotas de horror sobre la dulzura del mundo.
Mira tu corazón frente a frente, piensa en la terrible belleza y renuncia.
Los ancianos ya tiemblan al soplo de la muerte.
Los ancianos que fueron también la belleza terrible,
Los que turbaron un día las débiles manos de un niño en la arena.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Piensa en su belleza y piensa en su fealdad.
Aún los seres más bellos conducen un fantasma.
Ellos son los que tiemblan ya ahora al soplo de la muerte.
Escapa, débil niño, a la verdad de tu inocencia.
Y a todos los que se imaginan que no son inocentes
Y adelantándose al proscenio dicen:
Yo sé.
Dejemos vivo para siempre a ese inocente niño.
Porque garabatea insensatamente palabras en la arena.
Y no sabe si sabe o si no sabe.
Y asiste al espectáculo de la belleza como al vivo cuerpo de Dios.
Y dice las palabras que lee sobre los cielos, las palabras que se le ocurren,
a sabiendas de que en Dios tienen sentido.
Y porque asiste al espectáculo de su vida afligidamente.
Porque está en las manos de Dios y no conoce sino el pecado.
Y porque sabe que Dios vendrá a recogerle un día detrás del laberinto.
Buscando al más pequeño de sus hijos perdido olvidado en el parque.
Y porque sabe que Dios es también el horror y el vacío del mundo.
Y la plenitud cristalina del mundo.
Y porque Dios está erguido en el cuerpo luminoso de la verdad como en el cuerpo sombrío de la mentira.
Dejadlo vivo
para siempre.
Y el niño de la arena contesta: ¡Gracias!
Y una voz le responde:
Sea Pablo,
Sea Cefas,
sea el mundo,
sea la vida,
sea la muerte,
sea lo presente,
sea lo por venir,
todo es vuestro:
y vosotros de Cristo,
y Cristo de Dios.
Vuelve a dormirte.
El Comentario
No sé quién es este poeta sencillo que parece hablar desde algun lugar muy antiguo, poeta unido a una fe inquebrantable. Un hombre como este habla desde el fondo de sí mismo, sin pudor, sin barreras, sin una red sobre la que sostener el sentido roto de un verso no domesticado. Un hombre como este habla como habla un niño insignificante que está en tierra extraña, con el habla casi perdida y solo garabateando signos –quizá carentes de significado, tal vez auspiciados por la locura del insensato. Convertido en un personaje adulto este niño no es un hombre medieval. No es el hombre del Renacimiento. Tampoco el hombre romántico le es propicio. Él parece estar cómodo en la modernidad, ocupándose, en la tranquilidad de su verso, del mundo que pasa, de las cosas que vienen y van. Pero su poema no se fragua en el desgarrado contemporáneo. Su dureza le viene de su optimismo, que es firme. Su genio le viene de no aceptar el mundo y de una comprensión muy elemental, casi niña. No acepta con facilidad el abismo y mucho menos la incertidumbre. Su profundidad ha comprendido que ha de desterrar para siempre la palabra “infinito” del poema. En lo elemental funda su mundo. Se siente herido por la grandilocuencia de la poesía que viene de una vida excesiva. Su herida, entonces, proviene del silencio y de una nueva mirada sobre las cosas. Su desgarro, de la serenidad. Comprendemos un poco -pero solo un poco- que será capaz de levantar un verso sobre absolutamente nada (“Farai un vers de dreit nien”): sus composturas rotas –una vida exiliada de sí misma- son la consecución de un acto repetitivo. Escribir en la arena funda el juego[1] de un sujeto contradictorio y escindido cuya densidad significativa no se retuerce ni el pasado ni el futuro. Para sí y para sus versos el poeta convoca la manera perdida en la que un niño juega con su memoria: una felicidad como el acontecimiento oculto del presente. Sus palabras olvidan la distancia insalvable entre dos signos para forjar un rostro que conocido un saber previo.
Mirar de qué manera “los seres más bellos conducen un fantasma” en el momento exacto en que “el patriarca hablaba desde su estatua de mármol”, implica contemplar la voz cadenciosa del poeta-niño-inocente que crecía a la sombra terrible de una esperanza débil.
El poema “Palabras escritas en la arena por un inocente” de José Gastón Eduardo Baquero y Díaz se fija en el recuerdo del lector como un texto fulgurante, el soliloquio imposible de una aedo ciego que se torna estéril desde la noche de los tiempos en la cavilación silenciosa de una frente moribunda. La teatralidad de la escritura de Baquero en este poema opera como un desdoblamiento clandestino para una sobreescritura que impone y se impone como el único modo de existir, la legítima defensa del propio hacer y del propio hablar de un discurso pergeñado por una fuerte subjetividad que, no obstante, no es ápice para salvaguardar el “dialogo ante la sustancia del universo”. Si la propuesta poética de Lezama fue ocultar mediante “una inmersión absoluta en la intimidad del lenguaje”, tal y como afirmaba Pio Serrano, a saber, lo incondicionado poético, la de Baquero[2] busca afanosamente desvelar la inocencia perdida. En palabras de María Zambrano: “Bastarían la poesía de Lezama y la de Gastón Baquero para que se probara esto: que la suntuosa riqueza de la vida, los delirios de la substancia están primero que el vacío: que en el principio no fue la nada. Y antes que la angustia, la inocencia, cuyas palabras escritas y borradas en la arena permanecen sin letra, libres para quien sepa algo del Misterio”[3].
Este poema avanza como un murmullo, como un río que pasa, como un callado estallido. No es un judío errante el que habla aunque su voz contiene un misma furia que podría desatarse en cualquier momento. El desierto del poema es la condición del poeta, exiliado[4] vitalmente del centro del mundo, exiliado -literal y literariamente- del centro del canon.
La legendaria soledad de Gastón Baquero es el designio insobornable de una poética inocente.[5] ‘Inocente’ cumple con ese papel proverbial de la palabra poética que permanece impertérrita ante la lengua para dotarla de una profundidad cotidiana que la vuelve origen entrañable y que la torna honda memoria de la palabra sencilla, llaneza de un estilo que no se ahoga en las florituras barrocas o neobarrocas, ni pretende ahondar en las galas retóricas de un cultismo vuelto hacia sí mismo. La lengua de Baquero actúa -y opera- como un decir familiar situada en un mundo pretérito que sugiere casi en silencio la sabia recuperación de un tiempo antiguo. Pero la mirada a lo antiguo no quiere la sola restitución de un pasado domesticado por el devenir del tiempo. El poeta, ese “niño olvidado” […] “de quien ignoran que ríe con todo su corazón, pero jamás con/los ojos” goza de la luz y del color y, en realidad, anda ocupado y preocupado por curiosear con alegría contendida, serena y sencilla de todo lo que se ofrece a su mirada. Baquero no habla en el poema de lo que está oculto, no es la voz solemene del que conoce el secreto. El suyo es el pathos de lo que ya está en la mirada de los otros, se llamen como se llamen, sean quienes sean. Es así que esa voz del poeta puede encarnarse en la voz de la persuasión y no sólo en lo que el niño ve, sino también en lo que toca y escribe. Porque es él “el que inventa las precisas realidades”, es él el que “navega majestuoso el corazón que te desdeña”.
Las palabras de este poema quieren erigirse en una suerte de “des-realización paulatina”[6] que lo que buscan es anular el tiempo para protegerlo y conservarlo con la intención de imponer una vasta geografía que abrace Oriente y Occidente, el mar y la tierra, el agua y el fuego, la felicidad y la infelicidad, el saber y el no saber y que, al fin, percibe que la Historia ya no tiene sentido, que solo la historia nos convertirá en hombres libres (o sea ‘inocentes’) capaces de mantener intacta le memoria trágica de los hombres. Lo extraño del poema se establece en la manera en la que se desarrolla un práctica metafórica original que se plantea como “contra-memoria”.[7]
“La plenitud cristalina del mundo” es la unión perfectamente trágica de substancia y forma que el poema circunda. Entonces, se cancela o se suspende el tiempo para revelarse elocuente uno de los centros neurálgicos del texto: “sueña donde desees lo que desees”. Las posibilidades de lectura crecen exponencialmente porque el que escribe no sabe y porque el que lee tampoco sabe. La escritura y la lectura se cruzan como un mismo camino hacia el habla, al decir de Heidegger[8], que se inscribe en un certero escenario onírico. El resto diurno que el sueño ha dejado es como el vaivén de las olas en la arena de la playa. No quedará huella física, pero ha quedado suficientemente salvaguardada la distancia que media entre el “horror” y “la dulzura del mundo”.
Se anuncia en el poema una tragedia sutil que no podemos ni sabemos enunciar. Es como si estuviera latente una torsión abiertamente implosiva. A pesar de que “ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra,/Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones,/sabio dominado./Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos,/levántate, terrible y seguro, imponiendo tu sombra a la luz/de la vida.” ¿Qué visión redentora (porque de eso se trata) podrá transformar al “sabio dominado” en un niño herido por el caos radical de una muerte segura?
Los lectores de este poema celebramos el reino de una infancia del que fuímos arrancados y despojados. El poema de Baquero se vislumbra así como el renacido despertar de la mirada inocente de un niño perdido y embriagado por la fantasía desnuda de un destino que, si se quiere, carece de sentido, y que, no obstante, se convierte en una escenario insólito. Convocar esta geografía personal, casi autobiográfica, es ausentar del poema la presencia acechante de la Muerte. Y con todo una misma Muerte es convocada una y otra vez en el poema: “Bufón de Dios, arrójate a las llamas, que el tiempo es el maestro de la muerte./ Y tú no estás, ya nadie te recuerda el cuerpo ni la sombra./Hoy eres el bufón, que se levanta y ríe, padre de sus ficciones, sabio dominado./Levántate sobre la última sílaba del tiempo que recordamos, levántate, terrible/y seguro, imponiendo tu sombra a la luz de la vida.” El asombro que producen estos versos libres estriba en que en un mismo lenguaje lo coloquial y lo erudito se combinan en un decir fabulador capaz de rebasar el espesor de la realidad.
El sueño. La soledad del que sueña: “Voy de alucinación en alucinación como llevado por los pies del tiempo.” El asalto a la ciudadela de los sentidos ocultos proviene de una querencia por lo irracional que no tiene nada de irracional. Con una expresión rigurosa y sintética el poeta pasa de un mundo a otro haciéndole partícipe al lector de su viaje, un lector que mira atónito el correr de los tiempos. La lógica de lo enunciado es más profunda porque el poeta-niño no es, como pudiera parecer, un ser de acción. Escribe palabras en la arena porque quiere desvelar algo susntancial, quiere mostrar una perspectiva nueva sobre un objeto muy antiguo. Es por ello que “vuelve a soñar”. El caleidoscopio de la experiencia es el poeta niño convertido en una voz atravesada por la memoria, que le convierte en un ser no de acción, sino de reflexión. El instante es el primer recuerdo soñado. Es por ello que repite una voz “desde su garganta de mármol” y es por eso que deben dejarlo dormir “en la voz helena de Cirilo”.
Desde los primeros versos el deseo que pulsa y entrama el poema de Baquero queda explicitado en convertir el mundo de las cosas en un nuevo inicio para el hombre. Esta actitud la vemos encarnada en una poética extranjera de sí misma, una poética, si se quiere, en un permanente exilio del sentido unívoco: “Para que los barcos anden, / Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles. / Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse, / Remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.”
Inocencia versus poema. La escritura del inocente (“Yo soy un inocente”; “Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente”) se vincula con la letanía de papel convertida en duda en el mismísimo cuerpo del poema. El poeta se erige entonces en la actitud reflexiva paradigmática: el niño que no sabe y que pregunta. Es el “Bufón de Dios, poeta” que “garabatea incesantemente palabras en la arena. Y no sabe si sabe o si no sabe.” También el lector avanza ofuscado y a tientas en busca del sentido. La lectura silenciosa del poema impone una inocencia primigenia. Aquel “niño olvidado inocente durmiéndose en la arena” juega con el tiempo. Con toda la seriedad de la que es capaz pinta “en la arena del campo orillas de un mar dentro del bosque”. La pretensión última y el deseo que anhela el poeta es que todos “corran por las playas sin conocer el nombre que me muere”. El abismo de la muerte, el soplo silencioso de la agudeza interrogatoria (¿qué hay después?) queda patente por el poeta niño que convoca y nos convoca a un lugar imprevisible que desconoce. Poeta y lector quedan así unidos de la mano inocente y balbuceando sentidos imposibles de descifrar. Lo provisional de la existencia se presenta en la voz cadenciosa del niño: “Yo soy un inocente”; “Un inocente, apenas, inocente de ser inocente, despertando inocente” que, sin embargo, es “el que inventa nuevos sueños de sueños”. Aquí el “inocente reconoce que no sabe escribir, que ni siquiera sabe para qué sirve la escritura, porque se halla en ese momento del salto a lo trascendente en que aún la inercia nos domina en estupor y sólo deja guiar su mano por un fulgor que le dicta desde el cielo, esto es, la revelación.”[9]
Lo terrible del poema estriba en una cierta impronunciabilidad. El poeta ciego, el poeta niño, el poeta “bufón de Dios” escribe en la arena no solo palabras inocentes que no sabe. La mística nada inocente del poema emborrona aquí un “yo no sé” que recuerda tanto al “no sé qué que queda balbuciendo” de san Juan de la Cruz. El inocente se torna “ignorante, orador, astrónomo, jardinero” y rasga con sus palabras los designios del tiempo porque no abraza ninguno. Es todo y es nada. Lo terrible es que se ha convertido en un niño sin tiempo, la marioneta de los hombres que creen saberlo todo. Un niño sin memoria ni voluntad, un cuerpo vacío. Ahí estriba la mística del poema, si la hubiere. Un cuerpo moldeado por todos y por nadie que escribe en la arena sin saber. No se sitúa en ningún tiempo. El impulso que lo atraviesa es esa inconformidad ante el mundo. Escribir lo que no puede ni debe ser pronunciado es un no saber conformado por la duda, la pregunta que los hombres no quieren enunciar y cuya respuesta no quieren saber. Agujerear el tiempo con las palabras del inocente es el asombro del poema y el antídoto ante la muerte. Para una voz que nada sabe o que “solo sabe estar viva” la cadencia del tiempo resulta trasngresora porque el inocente, sin ansias de batalla ni de confrontación alguna, se erige en todos los hombres frente al Padre. Lo místico del poema se desplaza hacia una lucha verbal en un mundo que pertenece por derecho propio al poeta. Es así que puede decir: “No responda ante el nombre de un sepulcro. Niéguese a morir. Desista./Reconcilie./No hable de la muerte, no hable del cuerpo, no hable de la belleza./ Para que los barcos arden,/Para que las piedras puedan moverse y hablar los árboles”./Para corroborar la costumbre un poco antigua de morirse,/Remonten suavemente las amazonas el blanco río de sus cabellos.” Aquella inconformidad no tiene nada de inocente. Suplanta la voz del Padre, se rebela ante el mundo y su negra Señora. El poema traspasa, de este modo, el umbral de lo inédito, vence el tiempo, rasga la Muerte, mata al Padre y solivianta el orbe tranquilo de los hombres.
“Lo único que me ha interesado en este viaje hacia el morir que es estar vivo es inventar, imaginarle a una realidad cualquiera la parte –el completo- que creía le faltaba.”[10] Es este completo la condición primera y última del poema que aquí queremos leer[11]. Y se asemeja demasiado a lo que queremos llamar ahora ‘conciencia crítica’. Porque estas palabras escritas por un inocente garabateando en la arena parecen continuar la senda encencida del “Soneto a las palomas de mi madre”. Ahí ya se buscaba “el pasado intacto en que perdura /el cielo de mi infancia destruida.” Y se jugaba a aunar en un mismo lenguaje la reflexión filosófica y crítica con los sentidos simbólicos de un lenguaje que era expresión metafórica del anhelo expresado más arriba: el completo sobre el que escribe el poeta es la “conciencia individual que interroga a la muerte.”[12]
“Quien padece su cuerpo como una herejía, y sabe que lo ignora./Quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse./La mano de su Padre recogiéndolo piadosa en medio del parque./ Sonriendo, sollozando, mintiendo, proclamando su nombre sordamente./Bufón de Dios, vestido de pecado, sonriendo, gritando bajo la piel, por su/fantasma venidero./Amor hacia las más bellas torres de la tierra./Amor hacia los cuerpos que son como resplandecientes afirmaciones./Amor, ciegamente, amor, y la muerte velando y sonriendo en el balcón/de los cuerpos más hermosos./Las manos afirmando y el corazón negando.” El de Baquero no es un tiempo lineal, no es el momento prolífico, abundante, inspirado por una plenitud total. El de Baquero es un tiempo horizontal donde la herejía convive con la gracia del instante cotidiano elegido y en el que se alternan con igual premura la vida y la muerte, la felicidad y la infelicidad, lo nimio y lo excelso. Entonces, su esperanza –la del poema- no reside en un futuro precipitado, sino en un perpetuarse gozoso en el presente.
La errancia ensoñadora del poema se sitúa en la saturación libérrima de una palabra poética que revela no la sobreabundancia sino la voracidad por lo simple y que pertenece, por derecho propio, a la existencia de un destino tranquilo. La tentativa del poeta es restaurar una cierta inmediatez de las cosas que nos rodean, llámense “barcos”, “piedras”, “árboles”, “el marabú” o “la costumbre un poco antigua de morirse.” El poema dirige su mirada por ello hacia un reflujo expresivo constante y repetido: el flujo -un poco antiguo- que surge de lo que nos asola de manera inmediata. Hay quien es “un navegante ciego” y hay “quien padece su cuerpo como una herejía” y hay, al fin, “quien suplica un poco más de tiempo para olvidarse”. En unos y en otros parece que la vida está oprimida, sólo el sujeto de la enunciación, el poeta-niño-ciego, tolera el juego ambigüo de la existencia. Un juego, si se quiere, por momentos violento o con la violencia olvidadiza de los niños que juegan como si no hubiera más tiempo ni más vida. La simplicidad del poema es el agente provocador de un turbulencia lenta penetrando como un hacha en una nueva concepción epistemológica. El saber sobre el mundo que produce el poema ni es excesivo ni es trágico. La tensión dialéctica es, pues, un juego de temporalidades irreductibles. No hay visión desencantada porque el nudo gordiano del poema ni es nudo ni es gordiano. Lenta, progresivamente, el modelo errático del discurso provoca una afectación en el lector. El poema juega y gana. Ello acaba por configurar una contundencia endógena dispuesta a generar un sinfín de relecturas.
En la sección IX del poema, más que ninguna otra, se ordena el mundo: “Estamos en Ceylán a la sombra de los crujientes arrozales.” Podría parecer una percepción ebria de la realidad. Quizás lo sea. No obstante, tal vez resulte más certero leer y pensar estos versos como un reflejo posible de la complicidad que el doble ofrece. Un ‘doble’ que permite ser leído como el distanciamiento del poema con la realidad y, a su vez, como el complemento de sentido sine qua non. La percepción dominante de esta sección cuestiona implícitamente el sentido de la realidad. Obligado a decir la verdad, el poeta dispone de la historia al amparo de la Emperatriz Faustina y de Jualiano el Apóstata e inventa un mundo que crece y ordena como mejor le parece. Es entonces que puede decir: “Qué haces en Ceylán si no has muerto todavía”.
La verdad de la que habla el discurso del inocente está suspendida sobre la grieta de la memoria y del olvido. ¿Cómo puede el inocente mantener en vilo la plenitud de un tiempo que es pasado, presente y futuro?¿Cómo sostener “algunas gotas de horror sobre la dulzura del tiempo”? El que escribe palabras en la arena es el testigo que asiste al gran relato en que se ha convertido el mundo, es aquel que puede ser al unísono Julio César, Alejandro, Aristóteles, Filipo, Ciro, Darío, Helesponto o David. Tiene la potestad de balbucear los sonidos de la tosca desnudez de esas figuras legendarias que remiten a una inmediatez elemental: se proclaman descubridores y poseedores de una ley que transmuta los objetos. El enigma reside en la combinatoria de unos nombres históricos convertidos en carácter mítico que en el poema se suceden como un breve relato de la historia del hombre. De este modo el poema se resiste en su lenguaje, restaura una verdad adánica convertida en opacidad para el que no sabe leer o para un hombre que no sea inocente. Para el poeta el poema se consagra en un instante privilegiado que se sitúa en una corriente atemporal: fuera del tiempo, fuera de la historia y fuera de lo real -cotidiano e inmediato- que asola al hombre. Del mismo modo que el reverdecimiento, el lenguaje en este poema está anclado por una potencia que se diría natural y en perpetua agitación, fundiendo lo privativo del lenguaje con lo público de la historia. Entonces la naturaleza del lenguaje encarnando al unísono lo inefable y lo efable concebida en un presente eterno que se demora en sí mismo y que se convierte en la posibilidad misma de un futuro anterior.
El poeta y el poema como un “silente navío desterrado”. Desterrado y confinado y expatriado y extrañado y ausente.
La imaginación creadora que sustenta el poema entretiene los sentidos contraviniendo una mirada acostumbrada. La del poeta se dispersa y se manifiesta en una cierta inmediatez entusiasta y plural del mundo, de la existencia del inocente. El poema se compone y descompone como la vida. Su disposición es lineal, como el correr del tiempo, pero, a su vez, cíclica, secuencial. Los sentidos históricos y transhistóricos bucean en un mismo mar revelando y hechizando un sentido delirante y loco de la existencia, es decir, un sentido sabio. Porque sabio es el niño inocente que se sitúa en “diálogo ante la sustancia del universo”. Y para ello lo deslumbrante reside en una percepción del tiempo simultánea y adánica. Tan solo el poeta, pero solo algunos, son aquellos que abren el poema a un acontecimiento tal que aúne vida y muerte en una gravedad familiar, nada deslumbrante.
Escribir en la arena es perder el tiempo. Es perderse en el tiempo prístino donde los hombres han guardado todos sus designios y todas sus esperanzas, la raíz del recuerdo donde está grabada la memoria de los inocentes. Se pierden las palabras porque se borran los recuerdos en la arena. Se borran los recuerdos en la arena porque se pierden las palabras. El verso del poeta se convierte entonces en un vaivén arrítmico y asincopado. Pero en la noche de los tiempos las palabras del poeta-niño-inocente se conservarán en el vaivén de las olas.
Obras citadas
VV. Celebración de la existencia. Homenaje internacional el poeta cubano Gastón Baquero. Cátedra de Poética “Fray Luis de León”, Salamanca, Universidad Pontificia de Salamanca, 1994.
Baquero, Gastón, Poesía Completa, Madrid, Editorial Verbum, 2013.
Foucault, Michel, La arqueología del saber, Madrid, Siglo XXI Editores, 1997.
Guillén, Claudio, Múltiples moradas. Ensayo de Literatura Comparada, Barcelona, Tusquets, 1998.
Rodríguez Santana, Efraín, “Gastón Baquero: La invención de una identidad” en Revista Brasileira do Caribe, Goiânia, vol. VII, nº13, 2006.
Said, Edward W., El mundo, el texto y el crítico, Barcelona, Debate, 2004.
Serrano, Pío E., “Notas para una posible lectura de Gastón Baquero” en Mariel. Revista de literatura y arte, Año II- Nº7, 1984.
__________, “Baquero se ha vuelto visible” en Gastón Baquero, Poesía Completa, Madrid, Editorial Verbum, 2013.
Vitier, Cintio, Diez poetas cubanos (1937-1947), La Habana, Ediciones Orígenes, 1948.
Walcott,Dereck en La voz del crepúsuclo, Madrid, Alianza, 2000.
Zambrano, María: “La Cuba secreta”, Correspondencia José Lezama Lima-María Zambrano, Sevilla, Ediciones Espuela de Plata, 2006.
Notas
[1] “No hay que devolver el discurso a la lejana presencia del origen; hay que tratarlo en el juego de su instancia.” Michel Foucault, La arqueología del saber, Madrid, Siglo XXI Editores, p. 41.
[2] Una de las mejores formulaciones de la poética de Baquero es la que él mismo dejó escrita y que reza como sigue: “Para ser, (la poesía) tiene que lograr su denso ropaje. Realizar esta labor con elementos inscritos desde ya en el cuerpo enemigo, es punto menos que un alto imposible, un absurdo glorioso.” Puede consultarse en Cintio Vitier, Diez poetas cubanos (1937-1947), La Habana, Ediciones Orígenes, 1948, p. 111.
[3] María Zambrano: “La Cuba secreta”, en Orígenes, La Habana, no. 20, 1948, reproducido en Correspondencia José Lezama Lima-María Zambrano, edición de Javier Fornieles, Ediciones Espuela de Plata, Sevilla, 2006, p. 283. Otra manera de ver la dualidad Lezama-Baquero es la que plantea Efraín Rodríguez Santana en su artículo “Gastón Baquero: La invención de una identidad” en Revista Brasileira do Caribe, Goiânia, vol. VII, nº13, p. 79-102, 2006: “Lo que Lezama hace para la constitución histórica de una Cuba poética, Baquero lo emplea para entender el tiempo, el ritmo, la melodía de la historia como puesta en escena de u conjunto de personajes que se mezclan y actualizan en una suerte de representación contínua. Es la fascinación de la mirada y del oído en busca de un relato humano concebido como sinfonía.”
[4] Algunas de las más potentes reflexiones sobre tan ardua cuestión las ha realizado Dereck Walcott en La voz del crepúsuclo, Madrid, Alianza, 2000. En la página 51 el autor de Omeros afirma: “… el inevitable problema de todos los artistas insulares: la elección entre el hogar o el exilio, autorrealización o traición espiritual del propio país. Esta brecha se ensancha con los viajes. La elección se torna más melodramática con cada nuevo crepúsculo.” A pesar de que Walcott se refiere muy habitualmente a África y a Asia su discurso nos parece plausible también para hablar de Baquero. Por su parte Claudio Guillén, que ha dedicado excelentes páginas a este asunto, afirma que “en el exilio un exceso de retrospección y memoria es inevitable; la palabra que sólo se recuerda, sin oírla, no es la voz directa de la vida, sino su eco; y el desterrado vive simultáneamente en varios niveles de temporalidad, presentes y pretéritos, sin distinguirlos siempre bien.” Véase Claudio Guillén, Múltiples moradas. Ensayo de Literatura Comparada, Barcelona, Tusquets, 1998, p. 88.
[5] Para Pio E. Serrano “en el escepticismo de Baquero observamos una actitud de distancia, de fuga, un dispositivo que elabora para huir a la sumisión del destino. Baquero se muestra irreverente ante todo lo que signifique una decisión irrevocable, se deja sorprender por lo incondicionado. Hace una mueca al destino. Con Ortega contempla la vida como “abandono del ser en disponibilidad”, y cauteloso ante el reino de la plena libertad individual únicamente se permite la renuncia para mantenerse plenamente libre, sin límites. Sólo una acción se reserva Baquero para salvarse del pesismismo, la que le dictan las <palabras escritas en la arena por un inocente>” Puede consultarse este fragmento revelador en su “Baquero se ha vuelto visible” en Gastón Baquero, Poesía Completa, Madrid, Editorial Verbum, 2013, p. 19.
[6] Esta es la descripción queutiliza Juan Gustavo Cobo Borda en “Gastón Baquero o la sabrosa poesía del mestizaje” en Celebración de la existencia. Homenaje internacional el poeta cubano Gastón Baquero. Cátedra de Poética “Fray Luis de León”. Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 1994, pág. 23.
[7] “… la historia escrita es una contra-memoria, una especie de parodia de los recuerdos platónicos, que hace posible discernir mediante la contemplación de objetos verdaderos, primarios, originales.” Edward W. Said, El mundo, el texto y el crítico, Barcelona, Debate, 2004, p. 185. Este contra es, claro está, un a favor de tantas y tantas otras cosas: su estar en contra rema a favor de una vida solitaria, sí, pero honesta.
[8] No debería parecer baladí la referencia al autor de Ser y tiempo. Cuando la hay, la relación entre Baquero y Heidegger se sustenta en una búsqueda casi agónica de la serenidad en el poema o en la filosofía. En su discurso de agradecimiento a la Universidad Pontificia de Salamanca por haber organizado un homenaje internacional a su obra Baquero escribió un breve texto titulado “Volver a la Universidad”. Ibídem, p. 225-238. En ese discurso menciona dos veces a Heidegger.
[9] Manuel García Verdecia, “Adivinaciones en torno a las “Palabras escritas en la arena por un inocente”” en AA. VV. Op. cit, pág. 135.
[10] Declaración que entraña toda una poética y que está recogida como prólogo titulado sintomáticamente “Al final del camino”. Véase Gastón Baquero, Poesía Completa, Madrid, Editorial Verbum, 2013, p. 149.
[11] Pío E. Serrano nos ha dejado una de las definiciones más cabales de la poesía de Baquero: “Su obra es la de la lucidez y la inteligencia, rasgos definitorios que lo distinguen de sus compañeros generacionales.pasa entre nosotros, en un mundo que creíamos suficientemente inventariado, satisfechamente acomodado al ojo, y nos deja tras de sí, un universo de inesperadas relaciones instaladas precisamente en el espacio que media entre el ojo y el objeto (no importa que el objeto sea el sentido de la historia o una rosa).” Véase en Pío E. Serrano, “Notas para una posible lectura de Gastón Baquero” en Mariel, Revista de literatura y arte, Año II- Nº7, 1984, p. 24.
[12] Pío E. Serrano, Ibidem, p. 25.
[Artículo publicado en el libro Gastón Baquero. La visibilidad de lo oculto, Editorial Hispano Cubana, Madrid, 2015.]
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