«… ese movimiento isócrono que le rodeaba por todas partes parece el ritmo secreto de la vida, la medida automática de un tiempo puro y vacío; la existencia, en esa carta, parece un movimiento cerrado en sí mismo que retorna siempre al inicio, como si entre los dos puntos extremos y recurrentes de la oscilación no existiera nada, a no ser la propia oscilación abstracta y la fuerza de la gravedad que arrastra hacia abajo, hasta que al final, cuando el desgaste de los años ha llevado a término su trabajo, el cuerpo alcanza el estado inapelable de la paz. La curva de su vida rozaba tangencialmente la recta de la realidad, pero siempre en el mismo punto y aquel punto de intersección le dolía, como cuando dos vértebras excesivamente próximas muerden el nervio ciático, de modo que desearía tener un corsé o una tracción que elimine ese contacto doloroso.»
Claudio Magris, El Danubio, Anagrama, Barcelona, 1988, pág. 16
Fragmentos