El Centro UNED “Francisco Tomás y Valiente” y el Taller de Mario Muchnik ponen en curso una nueva colección de textos narrativos, Aire Nuevo, entre los que se encuentra esta novela de Marco Schwartz, Vulgata caribe. Me adelanto a confesar que desconozco la trayectoria narrativa de este autor (déficit que las solapas del libro no ayudan a resolver, puesto que no dan ningún dato biográfico ni literario de este escritor), pero esta extensa novela permite poder acercarse a los logros y a las lagunas de Schwartz.
Vulgata caribe quiere ser tanto un retrato como una crónica infinita de gente desdichada que busca afanosamente un lugar digno donde vivir. Los escenarios están en la órbita de los de Juan Rulfo (nótese que la fotografía de la portada fue realizada por el autor de Pedro Páramo). Toda la novela se sostiene, únicamente, en las continuas referencias a la historia que se está contando: personajes que aparecen y desaparecen a una velocidad del rayo, historias familiares que una y otra vez se repiten sin que sus protagonistas puedan salir de un círculo vicioso que les condena a una vida que se acerca a la miseria – y sin que el lector pueda retener tantos nombres y tan pocos perfiles de los personajes-, retratos de políticos que buscan desesperadamente captar el voto de gentes cuyo único afán es poder ofrecer una educación a sus hijos (para que la historia no se repita), tener agua y un trabajo digno. Las historias tienen un desarrollo demasiado rápido, pero el lector, al final, consigue tener un dibujo suficiente de todo aquello que se quiere contar.
Pero Vulgata caribe adolece de los mecanismos que hacen de una crónica una novela. Porque el discurso es precisamente aquello que permite leer unas historias comunes, como las que aquí se cuentan, en tanto que ficción: estructura y técnica narrativas son imprescindibles si lo que se quiere es escribir literatura de ficción. Schwartz, es lícito, ha prescindido de cualquier mecanismo narrativo e, incluso, de una preocupación fundamental por la palabra (no hay fragmentos que seduzcan al lector: hay lenguaje, pero no escritura). Las consecuencias que de su elección se derivan hacen que el lector se pregunte, constantemente, qué es lo que está leyendo: crónica, retrato, relato periodístico, ¿novela? Todo el trabajo que Schwartz ha llevado a cabo (selección de las historias, de los personajes, de la evolución narrativa de la obra) es indudable, pero queda diluido porque, precisamente, no son motivos suficientes para convertirlos, mejor o peor, en una obra de ficción, en una novela que no plantee tantas dudas a su lector.