Poeta visionario y otoñal, la personalidad poética y humana de Pablo Neruda no deja de crecer. Indisociablemente unida a las urgencias políticas de muchos pueblos – léase en este sentido la beligerante “Explicación perentoria” – y a los grandes logros estéticos del siglo XX, su poesía es ya la figura de un mito. Pero no conocíamos los trabajos y los días en los que se dedicó a prologar libros que le fascinaron por una misma sintonía ideológica o por amistad personal, libros que le indicaron cuál era la poesía del pueblo, tan querida por Neruda: “¿Nosotros los poetas? Sí, nosotros, los pueblos… Son ellos, los poetas populares, los oscuros poetas, los que me enseñan la luz”.
¿Qué puede encontrar el lector en estas prosas que ahora Lumen rescata y publica y que contenga un valor más allá de sus poesías?¿Tienen alguna importancia estos prólogos en la producción artística del poeta de Residencia en la tierra? ¿Podemos comprobar cuál era el olfato de Neruda al elegir sus lecturas? Veamos.
Para un poeta como Neruda, donde lo decisivo es siempre el instrumento de la percepción, no es baladí averiguar qué leía y, sobre todo, cómo leía. Porque es este el primer mérito que tienen estas prosas: mostrar hasta dónde llegaba la percepción que Neruda tenía de una parte de la literatura latinoamericana. La mayoría se refieren a escritores desconocidos o jóvenes, pero también para reconocidos poetas como Vicente Huidobro (“Huidobro es un artesano, arquitecto del castillo en el aire, orfebre empeñado en la alquimia”) o Ramón López Velarde. Para el lector no es lo decisivo qué libro o autor prologa Neruda sino porqué y de qué manera se acerca a determinados textos literarios. Por otra parte, tienen un enorme valor los textos que el propio Neruda, aquí y allá, escribió prologando libros suyos. Sin dejar nunca de mostrar la misma intensidad lírica de sus poemas (ahí reside, precisamente el valor de estas prosas frente a su producción poética), nos explica la génesis, la intención y los sentidos que tuvieron para él la escritura de algunos de sus libros. La reflexión está hecha desde la distancia, lo cual es doblemente significativo. Y todavía un tercer acierto agrupa bajo un mismo título estos escritos: sin pretenderlo, Pablo Neruda se aproxima de la manera menos académica posible a definir el ejercicio de la poesía (“Si cerrando los ojos hundís la mano en esta transparencia que se estrellará en vuestros dedos, sabed que esta corriente es poesía” y también “Las palabras se gastan en el uso, el sentido se fuga en las formas, la poesía –demasiado usada- se demuele a sí misma”).
Los inicios de algunos de estos textos son pequeños poemas en prosa que cantan la suma del mundo en un ejercicio excelente de sobriedad y sencillez expresiva, aunque Neruda nunca pueda evitar un testimonio literario que sea al mismo tiempo una marca indudable de su quehacer artístico: poesía militante cubierta siempre por una extraordinaria belleza formal y sensual (“Todo es nuevo bajo el sol, y entre todas las cosas, la poesía”).
Si lo literario constituye un proceder y un saber específicos, Pablo Neruda lo confirma en Prólogos de una manera absoluta, recreándose en una vigorosa y lucida visión de la literatura y de la vida – otra vez, su vida se convierte en texto y el texto configura, aunque sea a retazos, fragmentos de su vida-, de cómo procedía en sus lecturas y de lo que sabía sobre libros, poetas y poemas. Es de agradecer, por todo ello, poder reconocer en el autor de Canto general cómo su palabra nos habla cotidianamente de una literatura que es “un fuego purísimo en mitad de la selva, una guitarra de cuerdas claras”, sin olvidar su no menos cotidiana tarea de crítico de su tiempo y combativo poeta comprometido con su obra.