Autor: Eliseo Alberto
Editorial: Alfaguara
Páginas: 270
Con esta nueva novela, Eliseo Alberto (Arroyo Naranjo, Cuba, 1951) pretende fabular el homo sapiens y el sentido –si lo tuviera- de la vida del protagonista, José González. Florida, como en Caracol Beach, su anterior novela, vuelve a ser el escenario escogido. El título, La fábula de José, ya nos alerta sobre uno de los polos fundamentales sobre el que se sostiene la arquitectura de esta narración: la fábula. El hombre es un animal y el animal, un hombre. Los papeles se intercambian tal y como el género indica. Cervantes con El coloquio de los perros y el Kafka de La metamorfosis o su relato Informe para una academia son ilustres referentes de la obra de Alberto.
El segundo polo es la historia que se cuenta, la triste vida cautiva del protagonista. Tras pasar quince años de cárcel, el alcaide Otto Higgin y el director del zoo Juscelino Magalhaës consideran que un hombre, José González Alea, sería el ejemplar perfecto para ser mostrado como arquetipo humano, “un salvaje que no podrá comandar a nadie ni elegir nada: ni su tumba. Haremos de él un modelo. Un antilíder.” Pero no podían prever que convertirían a ese modelo en un ser (íbamos a decir humano) capaz de aglutinar tal infinidad de sensaciones en sus espectadores (léase, también, en sus lectores). Y he aquí otro elemento focalizador: la presencia constante de Oscar Wilde –“El arte refleja al espectador, no a la vida”-, figura paradigmática a lo largo de toda la novela y única lectura permitida en la jaula de José González. La vida de aquel que ha asesinado a un hombre por amar a una mujer (“todo hombre mata lo que ama”) se convierte en un espectáculo artístico que pone en evidencia el leiv motiv de la obra: “hay otras prisiones sin rejas de donde resulta muy difícil escapar: la cárcel de la desconfianza o la trampa de los prejuicios o la celda de la resignación o el calabozo de la indiferencia o la galera del desamor o la mazmorra de la soledad.” De tal manera que no sólo los espectadores que acuden a ver a José González participan de este enorme carnaval en que se ha convertido su vida. Los lectores son también co-partícipes en este bestiario: la aparente normalidad de un hombre-mono, condenado injustamente a vivir entre barrotes al aire libre, es la metáfora y la alegoría del cubano que consigue “dejar de ser actor para convertirse en público de un esperpento escénico que se representaba, a través de los barrotes, en el torcido teatro de la vida.”
Alberto ha sabido encontrar una historia que atrape al lector desde el inicio. Y lo ha conseguido porque, con un escritura seductora, escenifica perfectamente el odio y el amor, lo humano y lo instintivo, el mundo (macrocosmos) y la jaula (microcosmos). Vivimos, parece decirnos el narrador, en aquel gran teatro del mundo, donde “los prisioneros son islas”.