Un dramático argumento parece acompañar a buena parte de la narrativa latinoamericana, especialmente la del siglo veinte. Los asuntos históricos, con sus procesos sociales, jalonan determinadas novelas con el telón de fondo de la reflexión política. Esta novela histórica inventa una realidad que se sostiene por una certera documentación periodística. Tomás Eloy Martínez (Tucumán, 1934), escritor, periodista, guionista y profesor universitario de la Rutgers University, en Nueva Jersey, encontró en estos argumentos las dosis de imaginación que le ayudaron a construir La novela de Perón (1989) y Santa Evita (1995). Es precisamente al inicio de esta última donde se afirma: “Mito es también el nombre de un pájaro que nadie puede ver, e historia significa búsqueda, indagación: el texto es una búsqueda de lo invisible o la quietud de lo que vuela.” El vuelo de la reina, novela con la que Eloy Martínez ha ganado el Premio Alfaguara de Novela 2002, parece desgajarse de estas palabras de esa novela extraordinaria que se ocupa de los tormentosos viajes del cadáver insepulto de Eva Perón.
El vuelo de la reina es un texto que narra, en un clima de convulsión nacional, los apasionados y destructores amores que un poderoso director de prensa dirige hacia Reina Remis. G. M. Camargo siente hacia esta redactora una pasión ciega que destruirá cualquier atisbo de posible relación con esta: devastará su físico y sus emociones, creyendo, no obstante, que está construyendo un templo en el que más tarde podrá adorar a la reina del enjambre. En su haber le contemplan ya las ruinas de su anterior matrimonio con Brenda; de esta historia solo le queda el vago recuerdo de una hijas que suspiran por que su padre les atienda. Por su parte, Reina Remis verá cómo paulatinamente su vida se irá también diluyendo, pero su interioridad, bien dibujada, jamás será alcanzada por el orgullo de Camargo.
En la novela se establece un interesante paralelismo entre la historia personal (los deseos y las pasiones de Camargo) y la historia colectiva (el derrumbe de una Argentina que “está mutando. Es una mariposa que vuelve a su estado de larva”.) Todo parece contagiarse de este clima de decadencia, incluso Reina Remis “es la simiente de alguna enfermedad que rehíla y crece, una feroz abeja reina que, cuanto más alto vuela, con más dolor muere.” Pero su integridad quedará a salvo.
No son pocas las artimañas que Eloy Martínez pone en juego en esta novela. La primera, y la más sobresaliente, es la de haber acercado al lector, a través de un sugerente punto de vista, una historia terrible de autodestrucción, sin que asome nunca la pregunta de un porqué. Otras dibujan un poderoso fresco narrativo y, por tanto ficcional, pero que la recientísima historia de Argentina parece empeñada en convertirlo en pura realidad.
Cuando un escritor escribe una novela como Santa Evita cualquier otro texto que le siga tendrá que luchar con aquella obra, sea como fuere. Aquí también queda a salvo la integridad de Eloy Martínez que nos entrega una novela con un poderoso narrador capaz de erigirse en aciago devastador de sentimientos propios y ajenos, y sobre el que, no obstante, el lector siente una extraña conmiseración. El cazador, personal y colectivo, ha sido cazado. Pero el lector, no me pregunten porqué, acaba tendiendo la mano a uno y a otros.