Nacido en Bogotá, en 1965, el escritor colombiano Santiago Gamboa encarna el paradigma del filólogo escritor. En cuanto a la filología le avalan estudios de literatura en Bogotá, Madrid y París. Como escritor, tres novelas le contemplan: Páginas de vuelta (1995), Perder es cuestión de método (1997) y Vida feliz de un joven llamado Esteban (2000). Ha escrito, incluso, un libro de viajes, Octubre en Pekín (2001) y ha colaborado como periodista en El tiempo y en la revista Cromos.
En Los impostores Gamboa nos presenta un fresco narrativo que, paulatinamente, va perdiendo frescura para tomar matices más áridos. La novela es presentada como una novela de intriga. Sin embargo, uno se echa a temblar cuando teniendo como tiene numerosas características del género comprueba que este texto casi alcanza las cuatrocientas páginas. E inevitablemente a uno le acosa un pensamiento: o Gamboa es un experto en mantener esa intriga que reza la solapa o el lector se las verá y se las deseará para mantenerse en vilo. Y uno empieza a leer. Y se ve a sí mismo frotándose las manos cuando lee las dos citas que abren la novela: la primera de Graham Greene y la segunda, genial, de Witold Gombrowicz. Y aplaude el pórtico que Gamboa ha escogido para abrir su obra. Y sigue leyendo. Y comprueba que la novela empieza con un sugerente “Soy un simple escribano”.Y parece que Gamboa ha escogido un buen tono, una distancia narrativa saludable: aquel que habla cuenta una historia ajena. Pero la novela se diluye en vagas consideraciones y en diálogos anodinos que no ayudan a mantener el tono de la intriga. En una palabra, le falta firmeza: no basta construir un argumento, hay que sostenerlo.
La historia nos habla de un triple encuentro de tres personajes en Pekín. Suárez Salcedo es periodista parisino y debe escribir sobre los católicos en países comunistas. El doctor Gisbert Klauss se dedica profesionalmente a la sinología y viajará a Pekín para pasar a la historia por su estudio del escritor Wang Mian, autor del manuscrito en torno al cual giran todas las sospechas argumentales, Lejanas transparencias del aire. Chouchén Otálora es catedrático y pasa por ser un novelista fracasado. Se dirige a Pekín en busca de su propio pasado, para construir el futuro de una sola obsesión: ser un escritor reconocido.
Hemos llegado casi a la página cien y puestos todos los argumentos en su sitio esperamos que cuaje la intriga, hasta convertirse en suspense, que la armazón narrativa que se ha presentado con acierto se desarrolle coherentemente, esperamos que las numerosas citas tengan algún sentido, esperamos que la novela nos siga seduciendo, que no nos abandone, que el lenguaje sea algo que página a página se conquiste. Esperamos que Los impostores no sea una novela previsible. Pero la espera es en balde.