Es posible entender parte de la creación novelesca desde dos intenciones, no necesariamente contrapuestas, pero sí claramente diferenciadas: hay autores que, intencionadamente, agasajan a sus lectores con novelas que van en busca de la totalidad, novelas que pretenden encajar el mundo en un número de páginas. Hay otros que, con idéntica conciencia, no muestran otra cosa que el mundo fragmentado: el devenir de una serie de personajes en una historia. La trascendencia estaría en ese conjunto de múltiples seres anónimos, de objetos cotidianos que pueblan nuestra existencia, sin que apenas nos percatemos de ello. Georges Perec fue un maestro que certificó esa posición narrativa con su La vida instrucciones de uso. Fogwill (Buenos Aires, 1941) con esta nueva novela, se sitúa en esa misma tradición, haciendo del fragmento una novela-puzzle o lo que es lo mismo: una novela hecha de puros fragmentos: “La Historia arrastra infinitas historias microscópicas sin atender a nada y sin pretender nada de sus desenlaces… Y sin fábula ni moraleja alguna, salvo ese «nada que decir» que su silencio siempre está proclamando.”
Urbana constituye en la trayectoria de Fogwill una apuesta narrativa porque parecer sostener toda su escritura en la confianza que se tiene en la potencia de la voz del narrador. Nos parece ver en Fogwill un gesto literario audaz: acompañarse de una mínima trama narrativa (“Mientras tanto, se insiste en narrar como si nada estuviese ocurriendo”) para desplegar una persistente y subyugante voz apenas entrecortada por lo que les pasa a una serie de personajes anónimos, cuya representación el lector apenas puede dibujar. La inauguración de un apartotel es la excusa perfecta para contar la vida mínima y cotidiana de esos personajes sobre la que Fogwill ha escrito un texto enérgico, y que, tal vez por ello, no tenga demasiados lectores, pero aquellos que encuentre, como dijo Hemingway, serán merecidos.