“El XIX no fue sólo el siglo de la novela y los nacionalismos: fue también el de las utopías.” Con esta aseveración inició Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) un reciente artículo titulado “La odisea de Flora Tristán”. En El Paraíso en la otra esquina, el autor peruano relata la utopía de Flora Tristán, mujer decimonónica empeñada en cuestionar los valores imperantes de la sociedad del momento y la de su nieto Paul Gauguin, el pintor que abandona una existencia segura y burguesa para dedicarse en cuerpo y alma a la pintura.
El Paraíso en la otra esquina es una novela seductora porque es capaz de combinar en casi quinientas páginas un historia consistente con dosis de rebeldía, de pasión y de erotismo, sin ofrecer apenas un respiro al lector. No está de más decir que mantener en ese volumen de páginas no sólo una cierta dosis de intriga, sino también la fascinación por un mundo narrado es una tarea ímproba a la altura de pocos narradores. Ayuda a ello un mecanismo narrativo que Vargas Llosa aprendió del célebre capítulo de “Los comicios agrícolas” de Flaubert en Madame Bovary y de Las palmeras salvajes de Faulkner. Se trata de entrelazar dos tramas independientes alternando los capítulos dedicados a Flora Tristán y su lucha por obtener para los trabajadores unas condiciones laborales dignas y los dedicados a Paul Gauguin que exorciza sus propios fantasmas pintando un mundo de color alejado de las convenciones de París. Vargas Llosa obtiene así el anverso y el reverso de una sola historia: la búsqueda común del Paraíso que no es otro que el propio deseo. Una sola unidad narrativa para dos historias que se contaminan mutuamente, se complementan y se enriquecen de tal manera que, al concluir la novela, se tiene la percepción de un mundo compacto descrito desde sus recovecos psicológicos, sociales, en sus íntimas esperanzas, sus prejuicios, delirios y desavenencias. Una vez más la ambición “de representar en una novela la totalidad de lo humano.”
Puestos a pedir yo hubiera reclamado para esta novela la audacia e incluso el arrojo y desparpajo con el que Vargas Llosa se presentó en novelas como La Casa Verde, La ciudad y los perros o más recientemente La fiesta del Chivo. Tal vez no tanto en lo que hace referencia a lo que se cuenta, sino a la novedad expresiva que edificó en aquellos textos. El Paraíso en la otra esquina es, en cualquier caso, una novela que exhibe una ingente y evidente indagación crítica equiparada a una espléndida eficacia narrativa, plasmada en una distribución formal rigurosa y precisa. Novela de estirpe realista, cuando no flaubertiana, (¿será Flora Tristán el alter ego de Madame Bovary?) esta novela posee la marca indeleble de un escritor único e irrepetible.