Gonzalo Garcés (Buenos Aires, 1974) sorprendió a propios y extraños en el año 2000 con la obtención del Premio Biblioteca Breve con Los impacientes. Esa era su segunda novela (Diciembre fue la que inició su carrera literaria), aunque fue la primera de la que tuvimos noticias. Ahora, tres años después de ese premio, nos llega El futuro. Déjenme decirles algo. Llama la atención, antes que nada, que un joven escritor como Garcés lleve ya tres novelas en seis años: la escritura necesita reposo.
El futuro es una novela de aprendizaje vuelta al revés y eso, en ocasiones, la hace poco verosímil. Me explicaré. Miguel, protagonista y narrador, es un chileno de 54 años que aterriza en el París de 1995 para visitar a su hijo y conocer a su nuera. Al instante quedará cautivado por la deslumbrante sensualidad y belleza de la mujer de su hijo. Este es el mecanismo de arranque que permite a Garcés dibujar el mapa emocional de lo que el lector ya atisba desde las primeras líneas: la maltrecha relación paterno-filial que ambos personajes ejemplarizan. No es que no sea posible que tu padre se enamore de tu mujer, pero es, una vez más, la narración de los hechos demasiado explícita lo que hace poco creíble la novela. Convertir a Joaquín, el hijo, en un personaje que asume el rol y el discurso del padre no ayuda en nada. Y la verosimilitud sigue siendo imprescindible a la hora de conquistar al lector. Ese es un episodio demasiado trillado y la Carta a mi padre de Franz Kafka debería haber puesto sobre aviso al joven Garcés.
Es innegable que Garcés posee ciertas dotes narrativas, un dominio sensato del lenguaje, una sugerente presentación de la trama desde perspectivas múltiples y una buena descripción de los tipos psicológicos. Pero a estas alturas no es suficiente para erigir un universo literario, y en el suyo no convencen las lecturas ideológicas de una novela pobre en imaginación y excesivamente sustentada de una halo filosófico.