En Buenos Aires y en 1942 nació Ariel Dorfman. Sin embargo, mucho más que Argentina, Chile y Estados Unidos son los países que más tienen que ver con el mítico autor del ensayo, junto Armand Mattelart, Para leer al Pato Donald. Del primero adoptó Dorfman la ciudadanía; en el segundo vive; además enseña en la Universidad de Duke. A Dorfman le contempla ya una sólida y numerosa producción literaria, en la que destaca La Nana y el Iceberg y La muerte y la doncella. Ha escrito también un libro de memorias Rumbo al Sur, deseando el Norte. Dorfman es, sin duda, un excelente cronista tanto de las dictaduras como de los períodos de transición en diversos países de Latinoamérica.
En Acércate más y más Dorfman nos entrega unos Cuentos casi completos divididos en dos secciones: la primera lleva por título “Más cerca que distante” y la componen diez cuentos; la segunda, “A qué le llaman distancia”, está formada por siete relatos. Las historias que Dorfman pone sobre la mesa suelen ser una vasta discusión sobre la realidad más inmediata. Los relatos que Dorfman agrupa en Acércate más y más apenas sí tienen temáticas y argumentos en común. Pero el rigor en la escritura y la puesta en escena de un mundo literario propio hacen que puedan ser leídos desde una misma óptica: los personajes son la imagen más perfecta –desde su cotidianidad y desde una visión de la vida lo más natural posible- de la comunicabilidad. Los dos apartados en los que Dorfman ha dividido el libro plantean ya lo que parece decisivo para este autor: a saber, que sus cuentos sean capaces de llegar al lector sin impedimentos de ninguna clase, perfectamente montados en la estructura de la historia y con una sencillez de recursos envidiable.
El mundo literario que aquí se dibuja anda preocupado por trazar un universo completo, pero no complejo. El lector se siente abocado a la lectura de unos relatos cuya accesibilidad es la nota más destacada. Veamos algunos ejemplos. Si tomamos el extraordinario cuento que abre este libro, “Lector”, asistiremos impávidos (siempre la fuerza de la prosa de Dorfman consigue vencer al lector) al encuentro de un escritor con su censor. El inicio hacía presagiar un final que no se cumple, pero se llega a él de una manera plausible. En “Putamadre”, el mejor cuento del libro y que por momentos recuerda a ciertos pasajes de iniciación sexual tal y como aparecen en La Habana para un infante difunto de Cabrera Infante, el humor y la desesperación por iniciar a uno de los personajes en la vida sexual siguen un curso desesperado que al fin no se realiza. En “Nothing nada” Dorfman narra en un idioma a caballo entre inglés y español cómo se las ingenia un comerciante para vender todos sus productos. Debo confesar que estos cuentos gustan porque son irónicos, inteligentes y porque muestran sencillamente cuan compleja puede ser la cotidianidad que nos rodea.